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No es fácil destruir una democracia, pero sí parece bastante sencillo dañarla. En todo el mundo, ya sea por derecha o por izquierda, la democracia sufre hoy los embates de regímenes populistas que debilitan las instituciones y agravan las dificultades de la sociedad. Pero ¿cómo es que aquellas figuras políticas que socavan las condiciones de la vida obtienen, y en muchos casos conservan por largo tiempo, el apoyo de quienes más perjudicados resultan?
En La vida emocional del populismo, Eva Illouz, autora de referencia para comprender el papel de las emociones en la vida social, explora esta aparente paradoja con su agudeza característica. Tomando a Israel como caso de estudio, demuestra que es la combinación de cuatro emociones clave -el miedo, el asco, el resentimiento y el amor por la patria- y su presencia incesante en la arena política lo que alimenta y corroe la democracia. Las emociones populistas enfrentan a la gente, engendran violencia directa e indirecta, desconocen las posiciones diferentes, inflaman la imaginación de un pueblo y sirven al líder para conservar el poder. Conocer sus dinámicas resulta fundamental para combatir una tendencia que, cada vez más agresivamente, se ha tornado en una grave amenaza a la democracia.