La reciente publicación de la primera traducción al castellano del histórico Policing the Crisis. Mugging, the State and Law and Order (1978) de Stuart Hall, Tony Jefferson, John Clark, Brian Roberts y Chas Critcher es un verdadero acontecimiento editorial, intelectual y, me atrevería a decir, político. Se acaba de publicar por Traficantes de Sueños con el título Gobernar la crisis. Los atracos, el Estado y <<la Ley y Orden>> en una excelente traducción a cargo de Ana Useros. En las siguientes páginas voy a intentar compartir por qué considero esta publicación tal acontecimiento. Primero tratando de explicar la importancia del propio libro como un texto clásico del proyecto de los estudios culturales, pleno de intuiciones históricas, herramientas teóricas e innovaciones metodológicas. También como texto clásico y a su vez vivo a lo largo de las décadas a través de debates no sólo académicos, sino políticos en espacios organizativos y de movimientos. Pero además también intentando apuntar algunas resonancias y líneas de lectura e interpretación que nos ayuden a entender por qué leer Gobernar la crisis aquí (España) y ahora (otoño de 2023) puede ser una práctica de extrema importancia para ayudarnos a entender mejor nuestra coyuntura, entendiendo ese concepto en el sentido propio, birminghamiano, que precisamente aquel libro ayudó a generar.
Esta traducción es un acontecimiento editorial porque subsana una laguna imperdonable en la bibliografía castellana de Stuart Hall y de los estudios culturales. Gobernar la crisis es un libro clásico de los estudios culturales y, especialmente, un producto emblemático de la forma de trabajar fundacional del Centre for Contemporary Cultural Studies de Birmingham. Es un libro colectivo, en donde Stuart Hall era simplemente la cabeza visible de todo un equipo formado por Chas Critcher, Tony Jefferson, John Clarke y Brian Roberts, investigadores y estudiantes del CCCS. Un trabajo colectivo que a su vez generaba un campo y objeto de análisis propio, el cultural, a partir de la combinación de aproximaciones y métodos disciplinares diversos: la sociología, la criminología y los estudios legales, la filosofía política, la semiótica y el análisis del discurso, y todos ellos integrados en la perspectiva de un marxismo abierto, reforzado a través de Gramsci, Althusser o Poulantzas, entre otros.
De hecho, podríamos ir más allá y decir que Gobernar la crisis es no sólo un libro emblemático, sino quizás el libro más importante de los producidos desde el CCCS de Birmingham. Por razones metodológicas, como la mencionada combinación de disciplinas, conceptos y metodologías, que ayudaba a constituir campos y objetos de estudio propios de una disciplina y proyecto emergentes, como eran entonces los estudios culturales. Pero también por razones teóricas. El libro incluye una importante reelaboración de la hegemonía gramsciana y en él se desarrolla y practica por primera vez el llamado “análisis coyuntural”, un concepto y método característicos del CCCS de Birmingham y de toda la obra de Stuart Hall en particular.
Pero sobre todo, Gobernar la crisis constituye un parteaguas, un texto fundacional en los estudios culturales, por razones temáticas y en última instancia políticas. Es el libro que introduce en la escuela de Birmingham la cuestión de raza como enfoque principal, para así terminar de conformar la famosa triada - junto a la clase y el género - en los estudios culturales. La pertinencia histórica de esa articulación clase-género-raza, su efectividad analítica e histórica, nos ayuda a ver la profundidad del diagnóstico que el libro lleva a cabo. Gobernar la crisis consiguió, como pocos textos contemporáneos o posteriores, describir y dar un lenguaje de conceptos y nociones a toda una constelación de malestares sociales, económicos y políticos presentes en la sociedad británica a mediados de los 70, y explicar el crucial rol del racismo en ella. Para decirlo en breve: escrito entre 1975 y 1978 y publicado ese mismo año, es el libro que describe con toda exactitud el thatcherismo antes de Thatcher. Esto es, el paisaje de condiciones sociales, económicas, mediáticas, políticas e ideológicas que muy poco más tarde - o casi de forma simultánea a la escritura del libro - el thatcherismo articulará políticamente, llegando al gobierno en 1979. Por eso mismo, es un libro que nos ayuda a entender el neoliberalismo desde uno de sus momentos y lugares - una de sus coyunturas - fundacionales. Algo que puede ser de gran ayuda en nuestro momento y lugar, en nuestra coyuntura, marcada - precisamente - por una profunda crisis de ese mismo proyecto neoliberal.
Policing the Crisis y su coyuntura
Explico un poco el contexto original de aparición del libro. Policing the Crisis comienza como proyecto alrededor de 1975 y se publica en 1978. Surge para intentar explicar un fenómeno que Hall y su equipo venían observando desde 1972: la aparición de una supuesta ola de delincuencia, de atracos callejeros perpetrados por jóvenes racializados, en contextos urbanos en Gran Bretaña. Tanto en ese caso como en otros, los jóvenes recibieron condenas durísimas, fuera de lo que era habitual hasta ese momento. Uno de los casos más señalados fue el de Handsworth, precisamente en Birmingham.1
El objeto del libro parecía claro. Se trataba de explicar la articulación de un circuito, una correa de transmisión, entre diferentes aparatos (policial, jurídico, mediático). Así, ese circuito empezaba con el establecimiento de un nuevo tipo delictivo (el mugging o atraco) que el filtro del trabajo policial localizaba en la creación de una - supuestamente nueva - figura criminal, los muggers, identificada - en lo que ahora llamaríamos racial profiling - en jóvenes racializados en núcleos urbanos deteriorados. Esa criminalización se apoyaba y justificaba en el estímulo de un pánico moral en torno a una supuesta ola de atracos a través de la prensa y televisión. Finalmente, la tipificación delictiva y el clima social de “ley y orden” justificaban la imposición de penas de acuerdo a discursos securitarios y autoritarios. Y vuelta a empezar, ya que la articulación de estas instancias nunca es una causalidad lineal o mecánica, sino simultánea: cada condena alimenta el clima social, que a su vez filtra la observación de los agentes a los jóvenes en la calle que a su vez influye en el aumento de las detenciones.
El título original, Policing the Crisis, aludía precisamente (de una forma imposible de traducir completamente en castellano, como aclara Ana Useros en su traducción) al doble sentido de policing como represión policial directa (vigilar, patrullar, controlar), y al policing como la implementación de policies, leyes y normas impuestas desde el aparato judicial, y exigidas, justificadas, normalizadas y naturalizadas a su vez desde los aparatos mediáticos e ideológicos, y finalmente erigidas como políticas, líneas de decisión y formas de gobernar una situación de crisis.
Ese era el objeto de estudio que Hall y sus colaboradores construyeron en un primer momento para armar su investigación. Pero como tantos grandes libros, Policing the crisis es un gran libro no por una eficiente e impecable ejecución de un plan de trabajo claramente delimitado y previsible, sino por contener una gran intuición que lo abre a la historia y lo inserta en una trayectoria inesperada, que empieza a convertir la investigación en algo diferente a lo esperado en un principio. A lo largo de la investigación Hall y su equipo empezaron a darse cuenta de que al tratar estas cuestiones estaban dando con procesos y problemas sociales y políticos mucho más profundos. Por una parte, lo que los pánicos morales en torno al mugging, a los atracos callejeros, destapaban era la paulatina erosión y disolución de los consensos que habían sostenido por décadas el estado del bienestar británico, aquel que había sido abierto por el gobierno laborista del “Espíritu del 45”. Por otra, el papel de los aparatos de estado, tanto represivos como ideológicos, y su participación en la dinámica constante de criminalización, pánico moral, condenas ejemplares y ley y orden abrían una secuencia histórica que podía conducir del estado liberal a una forma de estado excepcional o, cuando menos, protoautoritaria. En otras palabras, lo que Hall y sus colaboradores estaban viendo era el surgimiento de las condiciones de posibilidad de lo que más tarde, un año después de la publicación del libro, será la victoria electoral y epocal de Thatcher. En otras palabras, el comienzo del neoliberalismo ya no sólo como doctrina económica, sino como proyecto político, social e ideológico hegemónico.
Desde entonces, en el mundo angloparlante, Policing the Crisis, por todas las razones que acabamos de exponer, es un texto clásico e imprescindible. Pero además, en años recientes es una referencia que ha encontrado una renovada atención a partir de las diferentes olas de Black Lives Matter en 2014 y 2020, en las protestas contra la brutalidad policial y todos los movimientos que, como Defund the Police, Abolish the Police y muchos otros, proponen la desfinanciación de la policía, su profundo cuestionamiento de sus funciones o incluso su abolición como institución, junto a la del complejo carcelario-industrial. Figuras como Angela Davis o Ruth Gilmore, cercanas a la histórica organización abolicionista carcelaria Critical Resistance han señalado repetidamente la influencia que Policing the Crisis ejerció en los debates que dieron lugar a la fundación de esta y otras organizaciones, y que sigue ejerciendo en su trabajo presente.
Gobernar la crisis y nuestra coyuntura.
Por todo esto, poder, por fin, contar con la traducción de un libro de esta importancia es, como decía, todo un acontecimiento editorial y académico. Pero es además un texto que trasciende ese ámbito de los libros y las publicaciones, en la medida en que entiendo que la lectura de Gobernar la crisis puede ser una herramienta política de una tremenda utilidad y potencia para entender en nuestra coyuntura presente. E intervenir en ella.
Tratar de encontrar esas conexiones, esas formas de uso práctico y concreto de conceptos teóricos e históricos en las luchas es sin duda una tarea colectiva. Por esa razón - y por no querer abusar del espacio que acoge este texto y de la paciencia de quienes lo leen - me limitaré apenas a enunciar o apuntar brevemente esas conexiones, como una forma de invitar a explorar Gobernar la crisis para que cada quien lo haga después desde la perspectiva y lugar que considere.
A grandes rasgos, creo que Gobernar la crisis es una herramienta inmejorable para comprender la llamada “ola reaccionaria” que ha marcado, y sigue marcando, la presente coyuntura política española. Esta ola reaccionaria contiene sin duda múltiples aspectos y opera en diferentes planos. Pero precisamente la lectura de Gobernar la crisis puede ayudarnos a comprenderlos bajo una luz diferente, y a articularlos como síntomas conectados de una misma crisis.
Esa ola reaccionaria puede percibirse inicialmente como un clima general, de derechización social, fundamentalmente inducido a través de los medios de comunicación: noticias, priorización de temas, encuestas como instrumento de generación de expectativas electorales, etc. Se trataría - por usar un término de otro libro de Hall, El largo camino de la renovación (Lengua de Trapo, 2018) - de un “Great Moving Right Show”, un espectáculo de viraje ideológico. Pero se trata de una derechización que, sin duda, no es casual, sino sostenida, estructurada y vehiculada a partir de diferentes mecanismos: mediáticos, aparatos estatales, poderes institucionales, sectores del capital.
Estas cuestiones se enmarcan no obstante en una secuencia mayor, la de la emergencia de una respuesta reaccionaria a la crisis del Régimen del 78, una suerte de cierre de Estado a las crisis abiertas en 2008. Este cierre de Estado incluye diferentes procesos y síntomas. En términos generales, la propia aparición de VOX es en sí misma un síntoma de ese cierre de Estado. Más que un partido, VOX ha sido y es una herramienta para diferentes actores y para cumplir diferentes fines. Básicamente, la de lograr, por arriba, una reconfiguración autoritaria del campo de la derecha, capaz de radicalizar al PP - y a Ciudadanos, que desapareció precisamente por esa operación - y satisfaciendo a diferentes sectores del gran capital español y de las elites políticas y mediáticas. Al mismo tiempo, por abajo, VOX ha servido como vehículo político en el que sectores de los aparatos judicial y político han podido verse representados en medio de un panorama percibido por ellos como desafiante o amenazante.
En medio de esa secuencia aparecen diversos síntomas. Una dimensión clave de la ola reaccionaria es - por usar un término que ha generado un cierto revuelo estas últimas semanas - la cuestión del lawfare, esto es, la instrumentalización del poder judicial - supuestamente en nombre de la independencia de tal poder para convertirlo en instrumento de intervención política, a través de la judicialización de conflictos políticos, o del bloqueo sistemático de iniciativas legislativas. Esto ha sido patente en las reacciones del poder judicial al Procés independentista catalán, hasta llegar a la reciente presentación de la Ley de Amnistía.
Otro síntoma es la existencia de las llamadas “cloacas”, esto es, la connivencia de aparatos policiales, mediáticos y judiciales que ha servido como herramienta de hostigamiento y criminalización a líderes y figuras políticas de fuerzas de izquierda, especialmente Podemos (Pablo Iglesias e Irene Montero, Isabel Serra, Alberto Rodríguez, y un largo etc.) y también de los municipalismos (el caso de los “titiriteros” en Madrid; la persecución a concejales como Guillermo Zapata, Celia Mayer o Carlos Sánchez Mato; las causas contra Ada Colau en Barcelona; Mónica Oltra en Valencia, etc.).
Por último, la ola reaccionaria se capilariza socialmente a través de diversos pánicos morales que conectan con los miedos y proyecciones de unas clases medias en crisis. Por supuesto, el racismo ocupa aquí un lugar crucial. Y también la vivienda. De ahí que la construcción mediática de la figura (a menudo racializada) del okupa, y la benevolente cobertura de grupos como Desokupa como versión posmoderna de escuadrismo fascista adaptada a la más “amable” forma de un “emprendimiento” para-inmobiliario.
Todos estos síntomas parecen haberse concentrado con especial intensidad en estas últimas semanas en las protestas de las derechas contra la Ley de Amnistía, la investidura y la formación del nuevo gobierno de coalición progresista, desde el llamado Noviembre Nacional de los concentrados en Ferraz, a las declaraciones de Aznar llamando a que “quien pueda hacer, que haga”, o los manifiestos de asociaciones de jueces.
Además, hoy Gobernar la crisis nos ayuda a entender la urgencia impostergable de la derogación de la “Ley Mordaza”, que en cierto modo ha operado, desde su aprobación en 2015 por PP y PSOE, como infraestructura legal de la creciente “ola reaccionaria”, cohibiendo paulatinamente la protesta, vaciando las calles y ayudando a generar un clima de criminalización hacia numerosos activistas de vivienda, antirracistas y personas racializadas. Cuando nos preocupamos - justamente - por la ausencia de movilizaciones en los últimos años hay que incluir, entre los muchos factores que indudablemente intervienen, también éste.
Finalmente, una cuestión tal vez obvia, pero en cuya recuperación leer un clásico como Gobernar la crisis resulta fundamental hoy es la del racismo como estructurador social. Esto es, cómo comprender el racismo no sólo en su innegable impacto personal, individualizado (ataques, insultos, discriminaciones de todo tipo) y estructural (instituciones, acceso a derechos y servicios) sino como construcción que afecta a toda la formación social, como línea que hace y deshace consensos, redefine los límites de inclusión y exclusión de la comunidad política, de la ciudadanía y los derechos sociales, y finalmente cristaliza y procesa todo tipo de cuestiones que van más allá de la raza, pero se procesan a través de ella. De ahí que, en un momento de vuelta de esencialismos varios, de idealizaciones y nostalgias de identidades (blancas, obreras, femeninas) monolíticas, Gobernar la crisis nos ayuda a ver la importancia de la política de coaliciones, a ver cómo el racismo es una cuestión material que nos atraviesa (en diferentes formas, obviamente) a todes.
Gobernar la crisis es, como decíamos al principio de estas páginas, uno de los primeros libros en registrar el impacto concreto, cotidiano, del neoliberalismo, en explicar su paso de una abstracta doctrina económica a imaginarios, discursos, políticas y prácticas concretas y cotidianas. En ese sentido, es muy interesante pensar el carácter fundante que para el proyecto neoliberal tiene, por un lado, la securitización, la inversión ingente en policía y cuerpos de seguridad, a costa - por supuesto - de los derechos sociales. Por otro, de los pánicos morales - o de su derivado, las guerras culturales - en la formación de sentidos - de miedos - compartidos en medio de la atomización y fragmentación de un periodo de crisis. Por eso mismo, y por tantas cosas que hemos intentado destacar, Gobernar la crisis es una herramienta tan potente para pensar este momento de crisis profunda, en España y en el mundo, del proyecto neoliberal.
NOTAS
1 Años más tarde, en 1985, será precisamente en Handsworth dónde de nuevo estallará la violencia racista policial en un episodio que dará lugar a una ola de protestas y movilizaciones que el cineasta John Akomfrah, amigo y discípulo de Stuart Hall, retratará en Handsworth Songs, un ensayo fílmico fundamental para comprender las dinámicas de migración, raza, y racismo policial en el Reino Unido. Puede verse aquí: https://vimeo.com/855348417