
Lazzarato ya se ha convertido en un clásico de la sección de “Subrayados”. Por no repetirme con respecto a sus dos últimos libros, que podrán encontrar reseñados en los números 186 y 187 de esta revista, me centraré aquí en dos aspectos novedosos de su último libro: el genocidio en Palestina y la cuestión de la articulación política de las clases populares.
Para este autor, la característica fundamental de nuestro tiempo es que el capitalismo está profundizando, hasta sus últimas consecuencias y mediante las respectivas máquinas Estado-capital, la guerra civil contra la población. Una guerra civil que es asimétrica, pues a escala global sólo la libra uno de los dos bandos: el que persigue incesantemente la acumulación de capital. El ejemplo perfecto de esta situación de guerra civil es el genocidio palestino. Para el imperialismo mundial, es necesario que Israel mantenga su posición en Oriente Próximo; un objetivo en el que se interponen millones de vidas palestinas. A decir verdad, la violencia más descarnada ha formado siempre parte del ADN del modo de producción capitalista, aunque cierto pensamiento crítico post Segunda Guerra Mundial lo olvidara, quizá cómodo en el capitalismo pacificado del Norte Global. En otras latitudes no se pudieron permitir lo mismo, como atestigua una rápida mirada a la segunda mitad del siglo XX en Asia, África o América Latina.
“¿Qué hacer?” es el nombre del quinto capítulo del libro. En él, y recuperando aquí cierto pensamiento leninista, Lazzarato llama a la necesaria “unidad de lo múltiple” en clave estratégica: es necesario que constituyamos organizaciones grandes y capaces de sostener el nivel de enfrentamiento total al que nos someten el Estado y el capital. Para ello, es necesario “un proceso que no unifique ni homogenice la multiplicidad, al tiempo que garantice la centralización a pesar de la diversidad”.
Es difícil no estar de acuerdo con Lazzarato. Y, sin embargo, en este punto clave, se aleja del pensamiento leninista al considerar que el partido político no es un instrumento útil para esta tarea. Si bien rechaza tomarse como ofensa que algunos colegas le llamen feminista captando la utilidad del pensamiento de Lenin para orientarnos en el momento actual, parece aceptar una definición fosilizada de partido, contra la que luchó el viejo bolchevique. En su defensa, diré que el italiano añade a su crítica al partido “tal y como lo hemos conocido”. Bien, pues es hora de pensar un nuevo tipo de partido revolucionario que no separe “nunca lo específico de la iniciativa de la lucha y el proceso de totalización estratégica del enemigo”.