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Ana Gorostizu es una flanêuse del sonido. Peregrina hasta las raves en los bosques y los recintos industriales en las afueras de la ciudad y observa la alianza que establecen los cuerpos con las máquinas. Allí el sonido de los altavoces, el humo y las luces estroboscópicas se funden con el sudor y la carne en una criatura colectiva que se mueve, que respira y que habla un lenguaje propio. Porque la música electrónica no es tanto un género como una serie de prácticas en las que la materia sonora, el ruido y la abstracción hacen de interfaz entre la humanidad y la tecnología.
El arte sin órganos es un recorrido por ese territorio habitado por las voces fantasmales de las grabaciones y los samples. Por los DJ, brujos capaces de pulsar y pausar el tiempo con sus mesas de mezclas. Por la melancolía que invocan las melodías siniestras del lofi y el ambient. Por un reguero de cuerpos agitados como bacantes que despiertan tras un largo encierro pandémico.
Este ensayo es una mística del techno.
Una etnografía del club. Un diario del trance. Un breve tratado político sobre la fiesta como espacio de libertad, diversidad y deseo. Pero sobre todo es una cartografía de los sonidos que articulan nuestro tiempo.