Para envío
En los museos siempre suelo buscar retratos post mortem, un género de larga tradición en la historia del arte. Esa mirada mórbida al fallecido para preservar su imagen a través de la pintura, la fotografía o la creación de máscaras funerarias tomadas directamente del rostro muerto con un molde de escayola, me horroriza y atrae a la vez. Me llama poderosamente la atención ese interés por fijar esa visión de una persona justamente cuando deja de serlo, cuando ya no está.
Durante la última noche de mi padre, que pasé sentado a su lado en un hospital, en esas horas de silencio y de sombras, me venían a la memoria muchas de las pinturas que había visto y estudiado durante años. Me reconfortaba recordar iconografías de muerte y de transitoriedad, me ayudaban a despedirme de él. Buscaba en lo que conocía el entendimiento y el consuelo ante el proceso doloroso de la pérdida.