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De Epicuro a Marx, siempre ha subsistido, aunque encubierta (por su descubrimiento mismo, por su olvido y, sobre todo, por las denegaciones y las represiones), una tradición profunda que buscaba su base materialista en una filosofía del encuentro -y, por tanto, más o menos atomista- después de haber rechazado radicalmente toda filosofía de la esencia, de la Razón y, en consecuencia, del Origen y del Fin. Decir que el comienzo era la nada o el desorden, es instalarse más acá de todo ensamblaje y de toda disposición u ordenamiento, renunciar a pensar el origen como razón o como Fin, para pensarlo como nada. A la vieja pregunta: "¿cuál es el origen del mundo?" esta filosofía materialista responde: "no hay comienzo obligado de la filosofía"; "la filosofía no comienza por un comienzo que sea su origen", al contrario, "toma el tren en marcha" y, a pulso, "sube al tren" que por toda la eternidad fluye, como el agua de Heráclito, delante de ella.