Para envío
Con el tiempo, si hemos vivido (si hemos sufrido), uno comprende que, más que dueños de una verdad absoluta, somos dueños o testigos de algunas experiencias, desde luego siniestras. Yo, por haber sido siempre un personaje insignificante, tengo como testigo una posición privilegiada. Campesino, obrero en una fábrica, becado del "gobierno revolucionario", joven comunista, estudiante universitario, escritor marginado, prófugo y presidiario. Y soy ahora una sombra casi feliz, porque puedo diluirme por estas calles del mundo, sabiendo que mi terror, mi furia, mi amor no son ya registrados minuciosamente, al menos por la policía del país por donde transite, que desde Cuba estaré siempre bajo vigilancia y amenaza... Grito, luego existo. Pues si, por encima de todo, alguna condición define al ser humano es su necesidad de libertad, la falta de ella conlleva todas las calamidades, no solo las intelectuales o espirituales, sino también el simple hecho de comer, fornicar o respirar. Pues un sistema totalitario, una tiranía, una dictadura, precisamente por ser una acción infamante, contamina, corrompe y reduce a todos