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Las aventuras de los Vallekurros, Irra, Trujas y Ozeluí, están ambientadas en Vallekas, pero podrían estarlo en cualquier barrio obrero de una gran ciudad, de esos habitados por jóvenes con dudoso futuro que pasan sus ratos libres en los pocos parques del barrio, fumándose unos canutos y bebiéndose unas litronas, cuando les dejan, criticando la decadente sociedad desde su pequeña parcelita. Un barrio de asfalto, desbordado de coches, de redadas en los bares, de yonkis abriéndote la puerta del súper, de ilegalización de lo divertido, de concejales idiotas? o sea, un barrio normal y corriente.
Las aventuras de los Vallekurros también, sin grandes pretensiones, intentan ser una crónica de la gente de un barrio y de una época, a caballo entre los grandes movimientos vecinales de los 80 y el total acomodamiento conformista y adocenado de finales de los 90. De unos personajes que, desde la crítica, el inconformismo y, sobre todo, el buen humor, intentan sobrellevar el tiempo que les ha tocado vivir.
Las aventuras de los Vallekurros son, en definitiva, una especie de biografía colectiva de un grupo muy numeroso de personas que, desde los bares, los parques y la calle, me han hecho partícipe de sus peripecias por esta aventura que es el día a día.