Cabe decir, a la postre, que Maurice Blanchot ha escrito libros infinitos. Del infinito son indudablemente sus relatos, y no precisamente por la gracia del lector que les diera la posibilidad de proliferar infinitamente en el espacio imposible de cerrar de la inacabable semiosis del texto y de su comprensión siempre diferida. Sino infinitos ellos mismos, sencillamente porque encierran entre sus débiles márgenes el peor de los infinitos: el menos sabio de todos.
Entre los relatos de Blanchot, a La espera el olvido le ha cabido ser el último de una serie que no admite vuelta atrás. Por eso, situado al final, La espera el olvido no soporta la denominación de relato con que se presentaron los anteriores. Y tal vez también por eso no exagere quien diga que con La espera el olvido se ha producido cierto fin de la literatura. Cierre definitivo, y sin embargo paradójico por la propia vocación de expresar el infinito que el mismo relato contiene. Relato infinito que, a fuerza de infinito, se ve en la necesidad de acabar o de ponerse fin precisamente por el hecho de que no puede encontrar el modo de acabar, precisamente en el modo del no poder acabar.
Infinito, además, sin totalidad, donde la fragmentación no sólo contribuye a descoyuntar el hilo narrativo (aunque aún subsista una historia) o a romper abiertamente con la ley del relato (aunque aún su forma, la del género relato, siga siendo motivo de una intensa preocupación), sino que, convertida en exigencia fragmentaria, le impide recomponerse, por ninguna vía, dentro o con respecto a ninguna totalidad.
Nadie puede esperar hacerse del todo con lo que este libro contiene (como, por ejemplo, intentando leerlo de un tirón). La espera el olvido se abre a una dispersión que, sin plegarse ni a la unidad ni a la totalidad ?ya fueran éstas ficticias, relativas o funcionales?, despeja, no obstante, al extenderse una coherencia inesperada: el espacio para, según declara el propio Blanchot, una «nueva relación». ¿Cuál?
La espera el olvido es el extraño título de un libro que se presenta con estas dos palabras yuxtapuestas. Dos palabras juntas sin unión, una simplemente con otra, pegadas hasta la asfixia, dispuestas así para decir el misterio de lo que está unido justamente por la falta de vínculo. Su cercanía no hace sino abrir el hueco de eso que falta entre palabras que, pese a todo, permanecen en relación, de eso que hace notar su falta. «La espera el olvido»: falta ahí la coma, que nos devolvería la tranquila coherencia de lo que se dice sucesivamente según el orden del tiempo; falta la conjunción, que nos permitiría saber si entre sí se añaden o se excluyen («y», «o»), es decir, discernir de qué clase es su vecindad.
Esto que falta convoca, sin embargo, todo el sentido que pudieran tener las declaraciones de quienes hablan en el interior del relato (aunque nunca sabremos exactamente cuántos son, pues su desconocido número permanecerá siempre oculto e indefinido tras los pronombres ?de los que no habrá que descuidar el género de los nombres que «él» o «ella» encubren, sin olvidar por lo demás la lengua original en que fue escrito? todos ellos verdaderos protagonistas de esta ausencia de historia). Infinito ten con ten de los pronombres más allá de los nombres. Inconfesable comunidad. Peripecia de una relación sin vínculo.
LA ESPERA EL OLVIDO
AUTOR/A
BLANCHOT, MAURICE
Maurice Blanchot, novelista y crítico, nació en 1907. Su vida está enteramente consagrada a la literatura y al silencio que le es propio. Estas dos escuetas frases han acompañado durante años las ediciones francesas de algunos de los libros de Blanchot. Se podría añadir ahora la fecha de su muerte: febrero de 2003. Nacido en Quain, una grave enfermedad sufrida al final de la adolescencia le dejará secuelas para el resto de sus días y acaso marcará su carácter frugal y retirado. En la Universidad de Estrasburgo leerá a Husserl y a Heidegger en compañía de Emmanuel Levinas, a quien desde entonces le unirá una íntima amistad. Vinculado durante su juventud a publicaciones ultranacionalistas de derechas, donde verán la luz algunos de sus primeros artículos, conoce en 1940 a Georges Bataille, con quien compartirá «el reconocimiento de una común extrañeza» y cuya influencia será decisiva para el decurso futuro de su obra y su orientación política radical de izquierdas. Al tiempo de la publicación de sus primeros relatos y novelas (Thomas el Oscuro, Aminadab), a finales de los años cuarenta, Blanchot inicia una intensa actividad como crítico literario, textos que irá reuniendo en sucesivos volúmenes: Falsos pasos (1943), La parte del fuego (1949), Lautréamont y Sade (1949), El espacio literario (1955), El libro por venir (1959; Trotta, 2005), El diálogo inconcluso (1969) y La amistad (1973). Se trata de una escritura en la que Blanchot cuestiona permanentemente la posibilidad de la literatura, del escritor y de la obra, en una reflexión atravesada por las nociones de lo neutro, la soledad y la «desobra». A ésta consagrará uno de sus últimos escritos, La comunidad inconfesable (1983), en el que se muestra la convergencia de su pensamiento literario y político. <BR><BR>Editorial Trotta