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El malestar árabe nace de situaciones similares, aunque no idénticas. Unos regímenes autocráticos que se perpetúan desde la noche de los tiempos, una gerontocracia desconectada de la realidad y aferrada al poder, una corrupción endémica que se extiende por todas las estructuras gubernamentales, una propaganda oficialista que falsifica de forma contumaz la realidad y disfraza de democrático y popular un sistema autoritario, una asfixiante persecución de toda disidencia política, una sistemática vulneración de las libertades fundamentales y una política exterior errática, supeditada frecuentemente a los dictados impuestos desde fuera y contraria a la opinión pública doméstica. En este último aspecto hay que destacar la estrecha vinculación que muchos árabes atribuyen a la política exterior de Estados Unidos y Europa con determinados regímenes autoritarios y represivos, cuya supervivencia depende de su grado de acomodación a las prioridades geoestratégicas, económicas e incluso militares de Occidente.