Pocos autores han sido capaces de llevar, como Antonin Artaud, la escritura hasta sus últimas consecuencias. No se trata de una simple declaración, sino de un hecho nítido, indiscutible: Artaud experimentó la letra en todos sus modos, desde la abstracción más alta hasta la concreción brutal del cuerpo. Viajero por los infiernos del sentido, perseguidor implacable del verbo, sus textos nunca descansan ni nos dejan descansar, cambiando siempre de forma, como si no pudieran conformarse con una sola, como si buscaran una cristalización que permanentemente los evade. En esta carrera proteica, en esta búsqueda de un más allá imposible, la escritura de Artaud adquiere una lucidez difícilmente soportable, abrumadora por su exactitud y su filo, por lo que nos descubre sobre el autor y sobre nosotros mismos, sobre la múltiple condición humana.