Giangiacomo Feltrinelli, un rico heredero despedazado por su propia bomba cuando intentaba provocar la revolución
¿Cómo explicar que un millonario, el editor en Occidente de Doctor Zhivago, el compañero de Fidel Castro jugando al baloncesto, y también un hombre hecho añicos por la bomba que él mismo trataba de colocar sean la misma persona?
Giangiacomo Feltrinelli — ahora recordado en El editor (Nanni Balestrini, Virus editorial / Traficantes de Sueños)— fue todo eso y a la vez poco más. Esto último lo ilustra el hecho de que, para las generaciones más jóvenes, el nombre de Feltrinelli sea simplemente sinónimo de la cadena de librerías más socorrida para el transeúnte italiano.
Fue un niño bien, Feltrinelli. Para eso sirve nacer en una de las cunas más altas de Milán, ahora y en 1926. Para esquiar, para cazar, para estudiar en casa. Algunas conversaciones con los empleados de la familia, sin embargo, le sirvieron también para darse cuenta de que no todo el mundo parece disponer del dinero, del tiempo, del mundo, de igual manera.
Las teorías de igualdad entre los hombres lo sedujeron y en un abrir de cerrar de ojos Giangiacomo estaba luchado junto a los partisanos comunistas en la Segunda Guerra Mundial y a la vez heredando una fortuna por el fallecimiento de su padre.
UNA EDITORIAL PROLETARIA DE PREMIO NOBEL
Su emprendeduría nació con vocación social: la Biblioteca Feltrinelli tenía intención de ser el mayor archivo sobre el movimiento obrero italiano hasta la fecha.
Definitivamente politizado, su meta de esparcir conciencia social a través de la educación y comprensión del mundo toma cuerpo cuando en 1954 funda Giangiacomo Feltrinelli Editore. Lo que quizá no imaginaba es que estaba haciendo historia en la literatura del siglo XX.
Justo antes de eso le iba a dar tiempo a desligarse del comunismo oficial del PCI a causa de la invasión soviética a Hungría en el 56. A finales de ese mismo año, a Feltrinelli le llega un manuscrito titulado Doctor Zhivago. Su autor, Boris Pasternak, desesperado porque la censura soviética impedía su publicación, se lo había dado al periodista de Radio Moscú y miembro del PCI Sergio D'Angelo, amigo de Feltrinelli.
No se lo pensó el editor. En 1957 publicaba la novela, que comenzaría a ser traducida y leída con fervor en todo Occidente. Pasternak ganó el Nobel de Literatura al año siguiente, aupado por un libro que no vio la luz en la URSS hasta 1988.
Feltrinelli estaba en racha. Solo un año más tarde, volvió a hacer gala de ojo literario. Puso en miles de manos una novela por la que ningún otro editor había apostado en Italia: El gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. También Trópico de cáncer de Miller y La resaca de Goytisolo.
Pero la cabeza del editor estaba lejos de los mármoles y las maderas de las salas de lectura burguesas. Y no solo por su convicción sobre la necesidad de dignificar el libro de bolsillo, fiel a su obsesión de favorecer la culturización del proletariado. La cabeza de Feltrinelli estaba en aquello que en la época se denominaba Tercer Mundo, y no precisamente de una manera peyorativa, por parte de la izquierda heterodoxa.
CUBA EN EL MEDITERRANEO
Uno de esos lugares era Cuba. Feltrinelli viajó a la isla revolucionaria y allí pasó largas horas con Fidel, conversando y jugando al baloncesto. La intención era entrevistarle para un libro de memorias del líder que nunca salió.
Además de fascinarse por el Movimiento de los No Alineados personalizado, por ejemplo, en la Ghana de Kwwame Nkrumah, o por la lucha descolonizadora de Argelia o Palestina, fue Feltrinelli quien publicó una de las obras políticas más leídas del siglo, el Diario de Bolivia del Che Guevara, por petición expresa de Castro.
También gana un buen dinero -que, literalmente, tampoco necesita- vendiendo reproducciones del célebre retrato de Alberto Korda al Che en los meses posteriores a la muerte del revolucionario en Bolivia.
La vida del editor se convirtió en una montaña rusa de estímulos sociales. Yates, paranoia de un golpe de estado fascista en Italia como el de los coroneles en Grecia, posados para la portada de Vogue y una curiosa y frustrada tentativa: la de iniciar la revolución roja en su país desde la isla de Cerdeña. Una Cuba en pleno Mediterráneo.
OSVALDO
Feltrinelli estaba cada vez más convencido de que si la revolución era la única solución, esta no pasaba por el pacifismo.
En 1970, el editor fundó los GAP, los Grupos de Acción Partisana. Eran los años de plomo, esos de las Brigadas Rojas, de grupúsculos fascistas y de las cloacas del Estado italiano ayudado por la CIA. Italia estaba en carne viva y Feltrinelli creía en que, como en el caso de Cuba, una vanguardia de guerrilleros podía contagiar a las masas y desencadenar la revolución. No era esto sino la teoría guevarista del foco, que en América del Sur habían tratado de hacer triunfar -sin éxito- el cura colombiano Camilo Torres o los Tupamaros uruguayos.
Feltrinelli pasó a la clandestinidad. Se convirtió en Osvaldo.
Una mañana de marzo de 1972 los hermanos Luigi y Lorenzo Stringhetti se miran extrañados en su granja de la periferia milanesa. Su perro Twist está inquieto, lo liberan y van donde el animal les guía. A los pies de una torre de alta tensión.
Creyeron que aquel hombre en el suelo era un vulgar ladrón de cobre. Le faltaba una pierna, que estaba a varios metros. Al lado del cuerpo, en una mochila, había varios cartuchos de nitroglicerina.
La versión oficial dijo que, la noche antes, el ahora cadáver estaba intentando provocar un apagón que dejase a oscuras a toda la ciudad de Milán y que una de sus propias bombas le explotó.
Era Osvaldo. Feltrinelli. Aquel que una vez dijo que "el editor, para no ser ridículo, no debe tomarse excesivamente en serio. Es solo un vehículo de mensajes".