Estrechamente ligados con la contingencia, no para proporcionar una lectura reposada desde la observación o la interpretación, sino para darle la vuelta a su significado, los conceptos que fundamentaron el trabajo filosófico de Mario Tronti en el transcurso de su larga vida (Roma, 21 de julio de 1931 – Ferentillo, 7 de agosto de 2023) se han convertido a menudo en abstracciones que, a lo largo de décadas, han nutrido a generaciones enteras de militantes. Armas que usar en las luchas diarias, en la fábrica y en la calle, que indican direcciones posibles en la acción contra el capital. La «revolución copernicana» que sitúa la lucha como motor inmóvil del capital; la autonomía de lo político como organización táctica al servicio de la estrategia de clase; el antagonismo efectivo llevado a cabo «dentro y contra» la estructura burguesa; el uso de parte de la inteligencia del adversario: pensar a través de esos anteojos conceptuales ha significado en muchas ocasiones generar líneas de conducta con subalternos y subalternas, rebeldes e intolerantes con este asfixiante y uniforme presente.
Como todos los proletarios, Tronti nace y pasa su entera existencia en el seno de esa comunidad que une de forma indisoluble a quienes luchan contra su propio tiempo y se mueven con la perspectiva de una reinvención de la vida. Ese es el sentido de la militancia («Soy un político que piensa, no un pensador político», le gustaba repetir) y del trabajo trontianos. Esa es la unidad de su vida, en la cual las fases son pliegues y saltos; reposicionamientos, no fracturas. Recorrer sus pasos es como proponer una «breve historia» de aquella parte de la historia —la suya, la nuestra— que habla de una ontología social y de una larga historia de politicidad.
Ya en sus escritos sobre Gramsci de los años 50 emerge el sentido de la radicalidad de Tronti: excavar en los textos hasta sacar a la luz el vínculo entre la teoría, la acción transformadora y la subjetividad que la piensa y la practica. No se trata de «criticar» a Gramsci, como en muchas ocasiones se ha dicho, sino de romper ese velo que lo edulcoraba, que permitía integrarlo en la estrategia nacional-popular, progresiva y progresista, del PCI. En cualquier caso, Tronti trabaja estando dentro del partido, porque es en la sección de Ostia donde se encuentra el proletariado romano al que el mismo Tronti pertenece. Como comunista, hay que estar donde esté el pueblo, donde se hable con los subalternos, donde uno pueda luchar y organizarse junto a ellos. No solo en esos lugares, sino también y necesariamente en esos lugares. Y si esto lleva —como sucede en la vida de Tronti— a obrar con decisiones no totalmente compartidas por compañeros y compañeras, se deben abrir, de común acuerdo, diálogos y enfrentamientos, aun amargos, teniendo siempre claro que respecto a la táctica podemos disentir, pero que nos deberíamos dividir solo en torno a la estrategia. Todo esto es algo en lo que Tronti ya está pensando en sus primeros escritos. En aquel momento, en Italia, liberar al «noble padre» del comunismo nacional de manos del historicismo imperante significaba proponer un Gramsci maquiavélico-leninista según el cual «la teoría se presenta como una teoría práctica,porque la práctica se presenta como práctica teórica». Esa operación tiene otro tipo de utilidad: situar de nuevo el pensamiento comunista como un saber que no solo estudia al adversario de clase, sino que predispone instrumentos de ataque y produce subjetividad antagonista. Era por tanto necesario romper con el paradigma de una Italia industrialmente atrasada, que reforzaba la linealidad historicista y la espera eterna. Turín, la ciudad-fábrica fordista, da un vuelco a esa imagen gris y estática, con una base obrera en buena parte migrante, dura, no fidelizada y desarraigada de todo, incluso de la política. Obreros dentro del capital, fuerza de trabajo que hace que giren los engranajes de la valorización, pero que es capaz aún así de poner en jaque esos mismos mecanismos, arrojando al suelo una llave inglesa o con salvajes reivindicaciones salariales, con el rechazo al trabajo o el absentismo de masas. En aquel Turín nacen, en 1961 y alrededor de Raniero Panzieri, los Quaderni Rossi, donde Tronti, junto con otros militantes, busca y encuentra los puntos de contacto entre las masas obreras y la razón práctica subversiva: «Hoy en día, hablar de teoría y práctica se queda corto. Hace falta hablar de teoría científica y de práctica revolucionaria».
Tronti escribirá que el operaísmo que se estructura en la revista es «un modo político de mirar el mundo y una forma humana de comportarse dentro de él». En ese sentido, se trata de un acto fundacional que, sin exageración, podemos definir como imperecedero. Así, las posteriores diatribas internas al grupo que compartió aquel camino hasta el final, las fracturas y el nacimiento de nuevas revistas de reflexión teórica en las que Tronti participa (Classe Operaia en 964, Contropiano en 1968 y Laboratorio Politico en 1981) resultan significativas a la hora de llevar a cabo una nueva lectura de las dos décadas —los años 60 y 70—, pero son, en el proyecto de una observación política y afectiva del recorrido trontiano, parte de una estrategia unitaria que busca plantear instrumentos teóricos en el terreno de la praxis. El método operaísta no es tanto (o no solo) investigación empírica e inductiva que se mueve en las fábricas para elaborar teoría, ya que su mirada está dirigida desde el primer momento a la finalidad leninista de llevar voluntad subversiva a esas fábricas. La coinvestigación que se lleva a cabo ante las verjas, hablando con obreros y obreras, apuesta por las «consignas del choque de masas, la confrontación de masas, en el punto de desarrollo actual del capitalista italiano» y utiliza un armamento conceptual capaz de descodificar una realidad que además transforma, y así se transforma también ella en su inmediatez, entrelazando día tras día un conflicto que tiene momentos de latencia, impredecibles explosiones, muchas posibilidades. «La clase obrera como motor móvil dinámico del capital y el capital como una función de la clase obrera». Estas palabras de Alberto Asor Rosa sintetizan el sentido de una «revolución copernicana» que sitúa en la clase la invención del momento revolucionario y que indica con precisión qué significa «dentro y contra». «El poder obrero es poder político, pero en un sentido específico: no tanto porque mantenga en pie a sus partidos, sino porque lleva el poder allí donde el capitalista niega que este deba ser llevado. Hay que reivindicar el poder político a nivel del proceso productivo, porque es ahí donde ese poder separa el capitalismo de la clase obrera, no permitiendo su integración». El ciclo de luchas de principios de los 60, en general, y los enfrentamientos de piazza Statuto (Turín) en 1962 en particular, refuerzan a los operaístas, pero al mismo tiempo les sitúan ante nuevas emergencias. Si la autoorganización obrera se expresa en el momento mismo del conflicto, la cuestión de mantenerse siempre un paso por delante respecto a la respuesta del capital no puede sino llevar a reflexionar sobre la forma misma de la organización. Existen los partidos y los sindicatos, organizaciones en los que miles de obreros reconocen las funciones de dirección y una auctoritas política. Tronti, que jamas abandonó el PCI, detecta junto a otros operaístas —Asor Rosa, Alquati, Cacciari, Negri— las primeras señales de un endurecimiento de las luchas en las fábricas. No niegan la posibilidad del enfrentamiento y el conflicto sobre el salario, pero sí sienten la exigencia de un proceso de recomposición organizativa como forma katechontica (anticipando aquí una categorización que se hará central mas tarde), frente al proceso de estabilización capitalista.
En la segunda edición de Obreros y Capital y en la obra Algunos problemas finales, Tronti sitúa el tema de la organización en una perspectiva histórica, recorriendo la edad marshalliana inglesa, los acontecimientos de la socialdemocracia en Alemania y el New Deal. Y es precisamente EEUU quien muestra cuál es el riesgo de perder batallas y la guerra «si el nivel de la organización no logra rápidamente dar un salto hacia delante y situarse en relación con los nuevos contenidos de las nuevas luchas; si la conciencia del movimiento, esto es, la estructura ya organizada de la clase, no logra percibir inmediatamente la dirección de la próxima iniciativa capitalista. Pierde quien se retrasa». Por otro lado, como señala Tronti en otras ocasiones, quien consigue permanecer a lo largo del tiempo, no es derrotado (lo cual es obviamente muy distinto de vencer).
El nuevo activismo en el PCI se entiende dentro de esa dinámica de pensamiento. El partido comunista es, como tal, una trama organizada del pueblo, clases dirigentes, cuadros, teoría. Resulta necesario frenar su deriva socialdemocratizante, convertirlo en un instrumento de la clase.
El ensayo 1905 en Italia, publicado en 1964 en Classe Operaia, perfila ese proyecto. Estar dentro de las luchas de fábrica y traducir esas experiencias en una acción de presión y condicionamiento del PCI, para favorecer su viraje hacia posiciones alternativas. El diagnóstico que se realiza de la fase es que, a pesar de no ser esta de carácter revolucionario, no hay por qué abandonar la hipótesis revolucionaria, sino que, con paciencia, hay que buscar instrumentos de potencia política adecuados al posicionamiento institucional del adversario de clase. El partido es uno de ellos, y así se empieza a prefigurar la idea de la autonomía de lo político, que será explicitada más adelante, en un breve ensayo publicado en 1977.
¿Cierre del operaísmo? No, porque en la disipación del empuje revolucionario permanece, como señalará Tronti, el estilo del operaísmo. En síntesis: «El punto de vista, la relación entre teoría y práctica, su carácter fundamentalmente revolucionario. Manteniendo firmes esos puntos, se puede ir donde se quiera. Porque solo así se puede llegar a decir: no me atraparéis, no me encerraréis. Yo soy libre […] Ahora nos vamos. Cosas que hacer no nos faltan. Un monumental proyecto de investigación y de estudios nos acompaña en nuestras cabezas. Y políticamente, con los pies sobre el suelo reencontrado, hay que conquistar un nuevo nivel de acción. No será fácil».
El capital se estaba reorganizando. Sobre todo, a partir del conflicto obrero, pero también a partir del conflicto intercapitalista que llevaba a buscar nuevas formas de extracción de valor, ya fuese a través de la financiarización a una escala cada vez mayor o a través de un mayor sometimiento de lo social, mediante la interiorización de la lógica mercantil, esto es, mediante la planificación hegemónica de difusión de la Gestalt burguesa. Esa es la cuestión: el Homo oeconomicus, que con su expansión global acabaría tanto derrotando al Homo sovieticus (el cual nunca llegó a materializarse realmente) como comprimiendo y reduciendo a residuo la politicidad aristotélica del ser humano. Se propondrá así, en las décadas sucesivas, la cuestión del diálogo-enfrentamiento entre la política y la historia, es decir, entre formas de vida no burguesas y el destino, cristalización de la realidad en acto.
Pensar en la forma-Estado, las instituciones y el partido significa poner en marcha, con toda la paciencia, la tenacidad y la mesura propias de una fase de recesión en lo político, herramientas para la clase obrera.
Nos encontramos en un cambio de época. Tronti no desdeña el 68 estudiantil, pero lo sitúa entre el 62 y el 69, momentos álgidos del ciclo obrero. Subraya el riesgo de su reducción a un ámbito del «pensamiento crítico burgués» y ciertamente teme el desenlace democrático de esas luchas. Por ello espera que se produzca la unión entre las luchas estudiantiles y obreras, para «ensanchar en la praxis el frente de la lucha de clases», apostando por el «nivel institucional del sistema», ese lugar en el que la clase obrera actúa «en el plano económico del capital». Una unión que en parte se acabará produciendo, pese a algunos límites culturales del 68, especialmente aquellos vinculados a la crítica estudiantil de toda expresión de poder, premisa necesaria para el retroceso de la política que tendrá lugar en la década sucesiva. Sin embargo, hay que señalar que en la lectura trontiana del «largo 68» italiano, con sus múltiples expresiones, se reconoce una herencia humana y social no del todo frustrada, una forma de vida no mercantilizada, capaz de ejercer la solidaridad llevando a cabo una crítica del presente. Un «pueblo de izquierdas» debilitado, inmerso en la ética del universalismo abstracto, pero del que habría podido extraerse, quizás, algo más, si una dirigencia partidista debilitada por su propia estupidez teórica no hubiera acelerado su pulverización.
El ciclo, en cualquier caso, ya se estaba cerrando. El 69 obrero, escribe Tronti, «produce política, produce organización, produce cultura. Cambia la sociedad, hace entrar en crisis al sistema político, transforma la mentalidad y las costumbres, invierte el sentido común». El otoño caliente concluye con un avance efectivo, porque las reivindicaciones (satisfechas) incluyen aumentos salariales iguales para todos, la equiparación entre obreros y empleados en el plano normativo, la jornada laboral de 40 horas semanales y la asamblea en la fábrica. Para la burguesía, se mire por donde se mire, es un momento de «gran miedo». Y así el capital se reorganiza en distintos frentes. Se reprime el conflicto, pero sobre todo se importa la contrarrevolución tecnológica y las finanzas como motor valorizador, mientras las prácticas de consenso son cada vez mas penetrantes y refinadas, definiendo los contornos del ordo liberal. El asalto al cielo no ha tenido lugar. «La radicalización del discurso sobre la autonomía de lo político, originada en los albores de los años 70, nació de ahí, del fracaso de los intentos insurreccionales que, de las luchas obreras a la contestación juvenil, atravesaron completamente la década de los setenta. Una vez más, faltó la intervención decisiva de una fuerza organizada».
Durante la década de los 70, Tronti no se refugió en el trabajo universitario y la actividad del partido, aunque fueran actividades que lo ocuparan intensamente, sino que se dedicó además al atento reconocimiento del nexo entre el pasado y el presente, consciente de que el sujeto obrero estaba viviendo un momento de transición y, por tanto, de balance de todo su recorrido histórico.
Volver a la historia, leer, interpretar, relanzar. Excavar en el pasado para dotar de armas al presente. La memoria «brilla en el instante del peligro», según la clarividente indicación de Walter Benjamin. Autonomía de lo político y uso político de la historia son una única cosa y frente a la mutación de la composición social y los profundos cambios de la dinámica del capital, habiendo tomado buena nota de la falta de resultados políticos del conflicto, el pensamiento antagonista reordena sus categorías. Ahora es la propia filosofía política de la modernidad la que se coloca sobre el terreno factual. Cromwell y Hobbes, Maquiavelo y la geografía italiana del poder, Roosevelt y el reformismo del capital. Las paginas trontianas recorren los terrenos comunes de la guerra, el poder, el conflicto, la violencia y la enemistad. Se cincelan los términos no por un gusto por el bizantinismo semántico, sino como siempre, para armar de ideas la débil fuerza del antagonismo de clase.
En ese largo arco temporal tiene lugar la liquidación de la Unión Soviética, que cierra de forma (in)digna los años 80, aquellos años de ostentación y aceleración neoliberal. Así, entre gritos de júbilo de izquierdas y derechas, resulta necesario reiterar con intransigencia que aquella historia y solo aquellahabía agitado realmente el fondo inmóvil de la historia, la única que le había dado la vuelta a la relación entre clases. Después de 1917, «aquellos que estaban arriba se colocan abajo, aquellos que estaban por debajo se sitúan por encima. La Revolución de Octubre es fundamentalmente eso […] ese punto original, ese punto esencial, es el que ha cambiado la historia de las clases subalternas, que desde ese momento en adelante no pueden seguir pidiendo algo porque es justo, sino que actúan desde una perspectiva según la cual la clase obrera deberá convertirse, por un cierto periodo, no solo en clase dirigente, sino además dominante; haciendo que el propietario, el gran latifundista, el gran capital quede privado de su propiedad». Dominar, apropiarse de la fuerza política esencial del adversario, la propiedad. He aquí el poder proletario, finalmente llevado a cabo en la historia gracias a la astral conjunción entre estado de excepción —la guerra—, vanguardia intelectual y masas.
¿Por qué, aún así, aquel gran experimento fracasó? ¿Un defecto del leninismo, esto es, una carencia de dirigentes a la altura, después de 1924, para poder abrir una fase constituyente de larga duración? ¿La interrupción de la Nueva Política Económica (NEP) en el momento de su transformación hacía la democracia popular? ¿O quizás el motivo fue la fracasada antropología fenomenológica del Homo sovieticus? ¿Cómo construir el comunismo a través de un Estado que debe programar su propia superación?
Tronti llevará esas cuestiones mucho más allá del debate historiográfico. Palabras-acontecimiento que caen de forma inmediata sobre una realidad deriva final de aquel fracaso. Después de 1991, el grandioso «experimento profano» (Rita di Leo) del comunismo debe pasar la fría luz de la inteligencia política. Reflexionar sobre el pasado para comprender —asumir para sí mismo— el tiempo propio, aferrar (greifen) conceptos para poder lanzarlos contra un devenir que se muestra en infinita y a menudo indefinida transición. Porque si bien es cierto que la alternativa al sistema capitalista ha encallado, ese mismo sistema parece vivir en una condición de inestable estabilidad.
«El carácter de la crisis actual es directamente político, de la política formal, de la política institucional. Los mecanismos del poder no funcionan bien. El control capitalista sobre la sociedad resulta muy defectuoso en su propio funcionamiento técnico».
Ese adversario ha de ser atacado no planificando una cogestión reformista, sino llevando a la clase dentro de los órganos de mando. Se trata, una vez más, de un intento por relanzar la función del partido, como forma de recomponer la síntesis entre pueblo subalterno, dirigencia y estrategia, esa potente mezcla que sustanciaba das Politische, lo Político como sujeto productor de historia. «El partido político —escribe una vez más en Con le spalle al futuro [De espaldas al futuro] en 1992— es vanguardia de la clase social, no porque sepa más, sino porque puede más», porque solo a través del partido la voluntad de alternativas «se arma por primera vez de fuerza y organización, de táctica y estrategia, de voluntad y realismo, de posibilidad concreta y, por tanto, de una realización práctica».
Los escritos de los años noventa están cada vez más orientados hacia una experimentación teórico-política, cuyo tono expresa un pesimismo lleno de esperanza. La experimentación deviene entonces necesidad. De la misma forma que habían actuado las vanguardias artísticas del siglo XX, conocidas y amadas por Tronti, se trata ahora de remezclar el legado de la gran tradición para producir frutos teóricos. Sintetizar el gran pensamiento burgués o el de la revolución conservadora adquiere el significado de dotar de armas conceptuales a la nueva Figur del obrero social, a los fragmentados pero indómitos obreros de la fábrica o a las nuevas marginalidades a las que el neoliberalismo no ha conseguido domesticar.
La respuesta al conflicto se remodela, proponiendo un innovador desarrollo de la hegemonía. «Cuando vemos la victoria del neoliberalismo sobre el terreno, de Occidente a Oriente, en el gobierno y el conflicto, nos damos cuenta de que el thatcherismo y el reaganismo no han sido procesos coyunturales, derrotados relativamente rápido por un ciclo político opuesto, sino que se ha tratado de procesos estructurales».
No ya una sociedad de individuos atomizados, sino una sociedad pequeñoburguesa de masas conectada al consumo compulsivo. En el crepúsculo del siglo, la economía se ha hecho política, en un «entrelazamiento específico entre naturaleza y cultura, que ha conducido, en la edad moderna, al menos en el primer y segundo mundo, a una primacía absoluta del Homo oeconomicus y a una especie de naturalización de la mentalidad mercantil burguesa». El discurso único del capital se ha transferido, al menos en parte, in interiore homine.
Se debe recomenzar partiendo de esa interiorización. Liberarla de los cantos de sirena del discurso imperante, el cual ha diseñado la raíz antropológica de la bürgerliche Gesellschaft —condensación de la relación capitalista— y a partir de ahí ha realizado un auténtico «salto» trascendental desde el actual presente.
Las palabras clave se hacen más complejas, menos imperativas y performativas. Pero estos son los tiempos. Escuchar, entender y apoyar las luchas en sus formas tradicionales: obreros por el salario, inmigrantes contra la valorización de la vida, feministas en su intransigente reivindicación de una diversidad, espacios habitables libres del mercado, etc. En esas luchas el adversario está todavía ahí, disfrazado de patrón o padre (macho)-patrón, de pequeña y feroz burguesía urbana. Más complejo resulta el ataque a la ciudadela democrática que todo lo contiene, normalizando y ordenando a través de la ideología de la pacificación. Para Tronti resulta claro que «el movimiento obrero no ha sido derrotado por el capitalismo. El movimiento obrero ha sido derrotado por la democracia. Esa es la enunciación del problema que nos plantea el siglo». Una crítica «escandalosa» porque ese mas allá del horizonte democrático ha sido privado de imaginación u homologado a la estupidez y la violencia de las dictaduras sobre las que se ha impuesto la democracia burguesa. «El error no es utilizar las instituciones democráticas: el error es creer en la democracia».
¿Pero cuál es el estrecho pasaje que el rechazo debe atravesar? Tronti escribe y sugiere. Palabras condensadas en escritos fulgurantes, alguna que otra entrevista, pocos momentos públicos, encuentros con compañeras y compañeros, sobre todo jóvenes. El tema de la espiritualidad asume una potencia inédita. La interioridad no se termina en una «policía del alma», tampoco en el «bienestar interior», porque para Tronti estar en paz con uno mismo significa «entrar en guerra con el mundo». La teología política toma como punto de partida ese posicionamiento y es, a su vez, su resultado. «La gran política siempre ha requerido de un contexto de fe religiosa. La teología política ha sido necesaria para que la política moderna pudiera profetizar y organizar el desesperado intento de romper la historia de sus márgenes». Teología política, espiritualidad interior, cristianismo, religiosidad deben ser analizadas de formas distintas, pero todas esas dimensiones, tanto colectivas como silenciosamente funcionales en su singularidad, pueden ser unificadas a través de una práctica de parte. De esa forma, «si capitalismo y cristianismo son enemigos», y si el concepto paulino de katechón es intrínseco a toda rebelión del orden establecido, no es menos importante el nexo que vincula todo impulso revolucionario con la trascendencia entendida en toda su radicalidad, es decir, no solo como superación «horizontal» hacia relaciones no mercantilizadas —ciertamente un objetivo a perseguir—, sino además como una verticalidad del propio ser con el mundo. Existe un «estrechísimo vínculo entre trascendencia y revolución», el cual se manifiesta en la incompatibilidad entre el espíritu libre y toda «ley de mercado», en la voluntad de desordenar este mundo, en impredecibles posibilidades de reinvención de la vida, de otra vida.
La ventana del estudio de Mario, en su casa de Ferentillo, da a la espléndida campiña de la región de Umbría. Muchos libros, un gran escritorio, algunos objetos. En una pared, dos cuadros: un Lenin warholiano y un retrato de Tronti de idénticas proporciones y estilo. Para nosotros dos iconos, nos gustaría decirle, esperando su leve sonrisa y sus imprevisibles palabras.
El huésped
Mucho antes de anochecer,
entra en tu casa quien con lo oscuro el saludo cruzó.
Mucho antes de amanecer,
despierta
y atiza, antes de irse, un sueño;
un sueño resonante de pasos:
le oyes recorrer las lejanías
y hacia allí lanzas tu alma.
– Paul Celan –