Una hora antes del amanecer sonaba el cuerno para que nos levantáramos. De inmediato los esclavos se despertaban, preparaban el desayuno, llenaban una calabaza con agua, otra con su comida de tocino frío y torta de maíz, y se apresuraban a salir al campo de nuevo. Era un delito siempre castigado con latigazos que permanecieran en las cabañas después del amanecer. A continuación comenzaban los terrores y los trabajos del nuevo día, y hasta su conclusión no había nada parecido al descanso. Tenían miedo de que los pillaran en un retraso durante el día, de acercarse al edificio de la desmontadora con su cesta cargada de algodón al acabar la jornada, de quedarse dormidos por la mañana cuando se acostaban. Ésta es la verdad, la imagen exacta y la nada exagerada descripción de la vida cotidiana de los esclavos durante la recogida del algodón en las orillas pantanosas del Boeuf.