48 LEYES DEL PODER

Imagen de cubierta: 48 LEYES DEL PODER
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Editorial: 
Coleccion del libro: 
Idioma: 
Castellano
Número de páginas: 
536
Dimensiones: 240 mm × 170 mm × 0 mm
Fecha de publicación: 
2009
Materia: 
ISBN: 
978-84-239-9181-5

Si creemos lo relatado en el libro del Génesis la desgracia del género humano se inició cuando el Diablo logró enredar a nuestros primeros padres para que se opusieran al poder de Dios e intentaran sustituirlo por el suyo propio.
Se trátó de una lucha por el dominio del cosmos en la que Adán y Eva escogieron el peor bando y de la que Satanás obtuvo, no obstante, un poder sobre la humanidad que perdura hasta el día de hoy. De entonces a acá la conquista del poder ha constituido un tema eterno que no ha dejado de aparecer una y otra vez en la literatura y en la Historia.
Sobre el afán de dominio, tendencia tan vieja como la humanidad, y los trucos para lograrlo han reflexionado Platón, Aristóteles, santo Tomás, Maquiavelo, Hitler o Lenin con mayor o menor acierto y en muchos casos desde la experiencia del triunfador, tal como recoge Las 48 leyes del poder. Se trata de un libro extraordinariamente documentado sobre el tema pero ni resulta meramente reiterativo ni se trata de una obra más.
Gracias al concienzudo trabajo de sus autores (Robert Greene, un licenciado en clásicas, y a Joost Elffers, uno de los productores de Penguin) Las 48 leyes del poder constituye una verdadera summa relativa a la toma y la conservación del poder basada en cuarentena y ocho normas extraídas del análisis empírico de un elevado número de fuentes relacionadas con el devenir humano.
Los autores parten de textos tan diversos como la Biblia y Plutarco, Gracián y Castiglione, Herodoto y Sun-Tzu, Tucídides y los sufíes (por citar sólo unos cuantos). Y demuestran que la capacidad para conseguir que la voluntad ajena se pliegue a la nuestra no deriva sólo del talento sino, fundamentalmente, de una maestría especial encaminada a utilizar los defectos, los errores y las carencias de los demás.
A lo largo de páginas, en las que ni una sola línea resulta superflua, desfilan centenares de ejemplos que nos muestran que los grandes estadistas se valen de los mismos principios de manipulación que los fundadores de sectas, los avispados timadores o los médcos que fingen poseer el conocimiento para sanar lo incurable.
Verbi gratia: el método utilizado por el estafador Lustig para vender la torre Eiffel a unos ambiciosos y acaudalados chamarileros... ¡por dos veces seguidas y sin una sola denuncia! no se diferencia esencialmente de aquel al que recurrió Iván III, más conocido como el Terrible, para asegurarse el control absoluto sobre los boyardos.
De la misma manera, la habilidad en la puesta en escena que caracterizó a Harry Houdini como el rey de las fugas y le convirtió en el mago más famoso de la Historia fue muy similar a la que llevó a Talleyrand a perpetuarse en el poder con Napoleón y después con los Borbones.
Por lo que se refiere a César Borgia o Franklin Delano Roosevelt, por citar sólo dos paradigmas, lograron salvar la cara (y mantenerse en el poder) en situaciones difíciles recurriendo a la misma táctica que el estafador Yellow KidWeil, un personaje extraordinario al que el libro menciona en varias ocasiones mostrando hasta qué punto vender automóviles, obtener inversores en bolsa, lograr un incremento de votos o conseguir el timo perfecto son actividades muy similares en lo esencial.
Si respetar las leyes del poder suele proporcionar el triunfo, despreciarlas se traduce casi siempre en fracaso. Eso explica, por ejemplo, que Núñez de Balboa pagara con la muerte el descubrimiento del Pacífico simplemente porque no llegó a planear hasta el final lo que pensaba hacer; en tanto que Bismarck contruyó un Reich fuerte cuya influencia sobre Europa resultaría indiscutida durante décadas, porque siempre fue consciente del lugar hacia donde deseaba llegar.
Pero quizá el aspecto más sobrecogedor de la obra es la reflexión que brinda su abundante material sobre la verdadera naturaleza del ser humano. Primero, porque resuta difícil discutir que el poder se relaciona con todas las actividades humanas y no sólo las políticas, financieras o artísticas. Incluso deja su huella en fenómenos tan íntimos como el amor. El caso de Cleopatra es archiconocido pero resulta casi burdo comparado con el de Diana tenía ya sesenta años pero Enrique aún seguía atrapado en sus dulces redes y jamás consintió en tener otra amante además de ella.
En segundo lugar, el hombre se deja engañar con suma facilidad, tiene tendencia a desear la agradable mentira antes que la amarga verdad. Esa es una de las claves del éxito de timadores y diplomáticos, estafadores y artistas, gurúes y políticos. Precisamente por esas razones, Las 48 leyes del poder constituye, en la medida en que permie detenerse a reflexionar, no sólo un amenísimo libro para todo tipo de público sino un punto de partida ideal para comprender ese complejo universo al que denominamos ser humano.