La terrible epidemia que acabó con los toros obligó al empresario taurino a buscar una solución de urgencia para que el espectáculo siga celebrándose, incluso recurriendo a medidas desesperadas y novedosas para que todo siguiera funcionando según el modelo fijado por la sacrosanta tradición, con la complicidad de todos los implicados. En esta travesía del desierto, hay culpables y hay víctimas, aunque es difícil distinguir a unos de otros, siendo así que todos y cada uno participamos en mayor o menor medida de esa doble naturaleza. Metáfora alucinada y pánica de esta España de guardarropía y pandereta. Esperpéntica visión de la Fiesta Nacional como símbolo de esa España eterna, incapaz de escapar de su oscurantismo secular, reacia siempre a las luces de la razón, encandilada con cualquier traje de luces que oculte las miserias cotidianas. Jolgorio pánico musical en busca de música, en el que Valle-Inclán se da la mano con el viejo Aristófanes para asistir al espectáculo de una democracia que nunca se atrevió realmente a serlo.