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La noche del 21 de diciembre de 1919, junto con otros doscientos cuarenta y ocho prisioneros políticos, Emma Goldman fue expulsada de los Estados Unidos, país al que había llegado con 16 años de edad desde su Lituania natal. A bordo del navío Buford llegó a Finlandia, y desde ahí, en vehículos sellados, a Rusia.
Durante dos años se movió con libertad entre los bolcheviques, ilusionada al principio con el proceso revolucionario, pero desengañándose paulatinamente al comprobar que este no coincidía con su idea de lo que debe ser una revolución, que consideró traicionada. La marginación y persecución de anarquistas fueron elementos determinantes de su decepción. Kronstadt fue la puntilla final, la ruptura del último lazo que la unía a los bolcheviques.