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La ciudad y la casa narra una historia que se desgrana a través de las voces de amigos, amantes, hijos y padres, pero nadie se atreve a mostrar sus emociones a flor de piel. La vida entera de estos hombres y mujeres queda filtrada por la escritura, por unas cartas que dicen tanto como esconden. Los viejos apartamentos de Roma, los pequeños estudios de Princeton o unas fincas de campo de las que nadie desea ocuparse son testigos vivos de un trasiego de baúles, papeles viejos, libros queridos y palabras a medio decir que conforman un relato espléndido en su desolación y en la obstinada búsqueda de una verdad que no caduque. Podríamos hablar de una novela epistolar, pero La ciudad y la casa es mucho más: Ginzburg nos habla aquí del fin de una familia, de la crisis de los valores tradicionales, del vacío que se instala en el ánimo y en los espacios que habitamos cuando ya no hay razón para conservar lo que antes nos parecía importante. Con su estilo sobrio y poético, la gran autora italiana consigue trascender el tiempo: aunque hayan pasado más de treinta años, esas ciudades y esas casas nos traen algo que se queda con cada uno de nosotros.