¿Puede el mundo del arte, con sus razones estéticas universales, declararse al margen de las reglas del régimen patriarcal? ¿Está este campo libre de techos de cristal, mansplaining y estereotipos de género? Nada de eso parece corroborarse cuando se atiende a los números del sistema oficial: las mujeres tienen menos premios, menor presencia en las exhibiciones y ocupan, salvo excepciones, lugares subordinados en las historias del arte. Frente a este escenario, un intenso movimiento de transformación está en marcha. De la mano del activismo feminista y de género, a partir de los años setenta del siglo pasado el arte ofreció herramientas para un imaginario liberador y puso al cuerpo femenino como lugar de expresión privilegiado de una subjetividad en disidencia.