Para envío
Ahí tenía, sentado junto a mí en el malecón, a un torero, la estampa misma de la virilidad latina, confesándome su interés carnal por los hombres. No sabía qué decirle. Sabes tan bien como yo que no soy un hombre político, me interesan más los problemas y las pasiones de los individuos que los de los colectivos, pero sentí algo, un ramalazo de responsabilidad que me empujaba a consolar a este hombre que me doblaba en tamaño y de pronto había empezado a deshacerse en lágrimas.