Para envío
Una novela para un sueño revolucionario, «lo que pasó», incubado en los tiempos de prosperidad vacía y alimentado con los cristales rotos de límites que ya tocamos.
Café Abismo es un negocio fracasado, un local suplantado por una casa de apuestas en cualquiera de vuestros barrios. Es también un espacio colectivizado, un montón de cenizas sobre un impulso revolucionario, la historia de la familia Salvatierra. Abuela, madre y nieta, María, Marina y Mara, son solo una parte de algo mucho más amplio que las desborda. Sus voces se entremezclan con las de las personas a las que quieren, las que se encuentran por el camino, las que les gritan y les desafían, las que les piden una respuesta. Voces de un relato que viaja por tres épocas, cercanas entre ellas y a la vez muy distintas. El año 2000 y su sed de futuro; un 2020 incierto; un 2040 desde el que mirar al pasado para parir devenires nuevos.
Café Abismo es una novela por la que camina gente común, haciéndolo como mejor puede cuando ha perdido los mapas. Son páginas donde currantas exhaustas se sueltan la melena, niñas pequeñas plantean las preguntas necesarias, abuelas pacíficas se descubren la rabia. Cuatro décadas para que las adolescentes ensayen revoluciones que nadie les enseñó, con finales abiertos para hombres que pensaban saber hacia dónde iban. Palabras para la emoción y la pausa, un ejercicio de fascinación por el compañerismo y la honestidad que late en las pequeñas gestas.
«?Lo importante ?se sorprende Sergio enunciando en voz alta la continuación de lo que parecía destinado a no ser más que un monólogo interior?, no es lo que pueden sacar de nosotros, si tenemos algo que ellos quieren. Lo que les jode es que hayamos florecido por fuera de sus cercos, que hayamos podido construir felicidades fuera de sus propuestas de éxito. Que existamos sin ellos, por encima de ellos. Lo que no soportan es que hayamos impugnado sus fundamentos, su callejón filosófico, el que nos hacía sentir siempre lúgubres e insuficientes. Descubrir que era todo una trampa, que no teníamos que demostrar nada a nadie. Que bastaba con ser. Que merecíamos ser. Que éramos y merecer era una trampa.»