"La nueva frontera urbana" de Neil Smith en la revista Papeles 124

José Luis Fernández Casadevante
Libro reseñado: 
Papeles de relaciones ecosociales y cambio global
10/03/2014

¿Es la palabra gentrificación una palabrota? Esta provocadora pregunta da título a uno de los primeros capítulos de este libro, donde se desarrolla un análisis en profundidad de este concepto que recientemente importábamos a nuestra literatura urbanística. La gentrificación se ha convertido en una noción recurrente a la hora de dar cuenta de las transformaciones sociourbanísticas que se están dando en los centros urbanos y barrios populares de nuestras ciudades.
Estos procesos de regeneración urbana implican de forma generalizada una sustitución de la población de bajos recursos por otra con mayores ingresos económicos, así como el desplazamiento de las actividades comerciales y laborales tradicionales por otras, orientadas a estos nuevos habitantes.

¿Estos procesos son fruto de la ley de la oferta y la demanda o responden a necesidades de las dinámicas de acumulación de capital? ¿Las políticas urbanas han sido neutrales o se han subordinado a los intereses de los agentes gentrificadores? ¿Qué impactos sociales ha tenido la gentrificación en las ciudades norteamericanas? ¿Qué modelo de ciudad anticipan la generalización de estas dinámicas en las grandes metrópolis del planeta? El libro de Neil Smith supone un brillante esfuerzo por responder a estas cuestiones, combinando la rigurosidad científica con un explícito posicionamiento político a favor de las víctimas de estos procesos.
A pesar de las diferencias existentes entre el urbanismo norteamericano y el de las ciudades europeas, principalmente la huida masiva a los suburbios de las clases medias blancas a mitad del siglo pasado y el abandono de los centros urbanos a las clases trabajadoras y las minorías, la gentrificación también ha terminado por introducirse en la agenda urbana de nuestras sociedades. Hecho que dota de plena vigencia y actualidad al clásico trabajo de Smith, recopilación de una serie de artículos de los años ochenta y noventa, que lo convierten en un estudio referencial en estas cuestiones.

El libro arranca describiendo de forma muy sugerente la nueva frontera urbana como una reactualización del imaginario de los colonos americanos, que fundaron las ciudades del oeste en permanente hostilidad con los indios, adaptándolo al contexto metropolitano. Los pioneros blancos de clase media que vuelven a habitar la jungla urbana para devolverle la civilización perdida. Operaciones urbanísticas disfrazadas de exotismo y aventura, que contrastan con la narración de algunos de los conflictos sociales más emblemáticos protagonizados por la población residente de estos barrios en regeneración.
«La gentrificación es lucha de clases» rezaba una de las pancartas de aquellas protestas que le quitaban glamour a la remodelación urbana. La teoría de la gentrificación que Smith se esmera en construir evidencia como la complejidad de estos procesos arranca con pequeñas y puntuales intervenciones que facilitan la instalación de jóvenes de clase media, bohemios y artistas, encargados de transformar la percepción existente sobre el barrio, atraer a más gente y consolidar las expectativas de negocio que posibilitan la inversión de capital a medio plazo. «Los gentrificadores marginales son importantes, especialmente en las primeras etapas del proceso, y pueden ser identificados por sus atributos culturales y sus estilos de vida alternativos, pero en la medida en la que el proceso continúa y el valor de las propiedades aumenta, su capacidad para permanecer en la zona depende menos de su cultura que de su cartera» (p. 174).

Mostrando como estas dinámicas no responden tanto a la libertad de elección de lugar de residencia o a la soberanía de consumidores racionales, como a coordinados ciclos de desinversión y reinversión económica en determinados lugares. La «frontera de la gentrificación» representa, en realidad, una línea que divide las zonas del paisaje urbano en las que se desinvierte, de aquéllas en las que se reinvierte. La desinversión supone la retirada total o relativa del capital del entorno construido, y puede adoptar diversas formas. La reinversión implica el retorno del capital a los paisajes y a las estructuras que habían experimentado previamente la desinversión. Más allá de la línea de frontera, las propiedades todavía experimentan un proceso de desinversión y desvalorización, a través de la retirada de capitales o de la destrucción física, por parte de dueños-ocupantes, instituciones financieras, inquilinos y el Estado. Detrás de la línea de frontera, algunas formas de reinversión comienzan a sustituir a la desinversión. Las formas que adopta la reinversión pueden variar de forma sustancial; pueden implicar la rehabilitación privada de viviendas o la reinversión pública en infraestructuras, inversiones corporativas o de otras fuentes privadas en nuevos desarrollos o, simplemente, inversiones especulativas que supongan poca o ninguna alteración física del paisaje construido» (p. 296).
Estas dinámicas suponen una paradoja para los residentes de los barrios sometidos a los procesos de remodelación, pues mientras no cambien las reglas del juego que orientan las políticas urbanas suceda lo que suceda van a salir perdiendo. «Sin renovación y modernización privada, las viviendas del barrio permanecerán en un serio estado de deterioro; con ella, una gran cantidad de residentes, serán, en última instancia, desplazados y no se verán beneficiados de unas viviendas mejores y más caras. Serán victimas más que beneficiarios» (p. 259). El regreso del capital a la ciudad debe concebirse como la apuesta por una reconstrucción de clase del conjunto de la ciudad y de los estilos urbanos. «La gentrificación forma parte de la agenda social de una restructuración más amplia de la economía. Así como la restructuración económica a otras escalas (bajo la forma del cierre y traslado de fábricas, de recortes en los servicios públicos...) es llevada a cabo en detrimento de la clase obrera, también lo es en el aspecto espacial de la reestructuración a escala urbana: la gentrificación y la reurbanización» (p. 158).

El libro analiza en profundidad varios casos norteamericanos, muy localizados en barrios de la ciudad de Nueva York, para posteriormente realizar incursiones más superficiales a barrios de ciudades como Paris, Amsterdam o Budapest, tras la caída de la Unión Soviética. Uno de los estudios de caso más exhaustivo es el que realiza sobre el conocido barrio de Harlem, pues analiza las estrategias que a lo largo de más de una década se han desarrollado para gentrificar uno de los barrios negros más emblemáticos y con mayor desinversión acumulada. La teoría sobre la gentrificación concluye, en los últimos capítulos, dando forma y nombre al modelo urbano que esta promueve, la ciudad revanchista. «La ciudad revanchista expresa, por encima de todo, el terror de raza/clase/género sentido por los blancos de la clase media dominante, un grupo social que repentinamente ha sido “puesto en su lugar” por un mercado inmobiliario asolado, la amenaza y la realidad del desempleo, la aniquilación de los servicios públicos y la emergencia de las minorías y los inmigrantes, así como también de las mujeres, en tanto poderosos actores urbanos.
[...] El grito de la ciudad revanchista bien podría ser: ¿Quién ha perdido la ciudad? ¿Y de quién debemos vengarnos? Expresado en las campañas físicas, legales y retóricas contra los chivos expiatorios, identificados en términos de clase, raza, género, nacionalidad, preferencia sexual, esta reacción de la Administración proporciona, con creciente intensidad, parte del relato de la
vida cotidiana, de la administración política y de las representaciones de los medios de comunicación en la ciudad norteamericana» (p. 358).

La profundización en Europa de las políticas urbanas neoliberales ha trasladado buena parte de los patrones de comportamiento institucional de la ciudad revanchista, reconocibles en el tratamiento de chusma hacia los habitantes de las periferias francesas durante las revueltas de 2005, la proliferación de ordenanzas del civismo que proscriben usos del espacio público que van del skateboard a la prostitución, de la mendicidad a al consumo de alcohol. Una forma excluyente de habitar la ciudad, que solo reconoce como correctas aquellas pautas de comportamiento acordes a las prácticas e imaginarios de una clase media menguante y asustadiza. Lo opuesto a este proceso de gentrificación, afirma Smith, sería la democratización en el acceso a la vivienda. La lucha contra la segregación y estigmatización espacial, los desplazamientos forzados, la criminalización de la pobreza y la exclusión residencial, formarían parte de esa amplia y difusa agenda política que se viene popularizando como derecho a la ciudad. Una difícil, ardua y prolongada tarea cuya activación debe descansar sobre el protagonismo inexcusable de los movimientos sociales.

José Luis Fernández Casadevante
Garua S. Coop. Med