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Lucía, una niña de ocho años, fue ingresada en la Casa Cuna de Mikomiseng, ciudad de la entonces Guinea Española, por orden del médico y colono Víctor Martínez. La orden de incorporación de la menor a la entidad dirigida por las monjas de la Inmaculada Concepción se produjo en el apogeo del colonialismo español en tierras de la etnia fang. Gracias a la casa cuna se formó, entre otras materias, en la lectura, la escritura y la estricta imitación a la Virgen María.
Sin embargo, la precipitada llegada del régimen autonómico y de la independencia provocaron el cierre de la institución y el regreso de la muchacha con su familia. Desde entonces, tuvo que sobrevivir como mujer formada en un Estado incipiente, Guinea Ecuatorial, cuya élite dirigente y sociedad habían decidido regresar al pasado de la África originaria y precolonial, borrando cualquier indicio de la cultura occidental.