Pablo Iglesias: España en la encrucijada

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España en la encrucijada

Ya está disponible el número 93 de la New Left Review con la entrevista a Pablo Iglesias, traducida y editada por el consejo editorial de la New Left Review en castellano.

En tus escritos señalas las influencias intelectuales que dan forma al planteamiento de Podemos, subrayando, entre ellas, las que proceden del trabajo de Laclau y Mouffe. No obstante, surgen tres críticas si los tomamos efectivamente como pensadores estratégicos. La primera es que, a diferencia de los escritos de Gramsci, en su libro Hegemonía y estrategia socialista no se ofrece ninguna herramienta analítica para comprender la táctica del enemigo –sea este la casta o el bloque liberal-conservador del centro-izquierda y el centro-derecha. En segundo lugar, en sus escritos abordan escasamente la dinámica capitalista, presumiendo que, en lo esencial, el campo económico es no problemático, a pesar de que la crisis económica global fue la condición de la emergencia de Podemos. Finalmente, y de nuevo a diferencia de Gramsci, en Hegemonía y estrategia socialista se tratan muy exhaustivamente las cuestiones discursivas, pero con mucha menos intensidad los hechos como tales, esto es, la cristalización de un programa de mínimos concreto. Abordemos la primera cuestión, la estrategia de las elites. Ante la incipiente crisis del régimen, los gobernantes españoles parecen haber adoptado una política de neutralización proactiva, optando por eliminar potenciales factores agravantes, como ha sucedido con la sustitución de Juan Carlos por otro Borbón de rostro más fresco, y alentando el resurgimiento de Ciudadanos como un partido liberal «limpio», operación mucho más eficaz, dicho sea de paso, que la urdida en torno a To Potami en Grecia. Tal como dices, el espacio de Podemos en televisión se ha reducido. ¿Estas cuestiones alteran el escenario para la triple hipótesis de Podemos? Actualmente, los cuatro partidos –Podemos, Ciudadanos, psoe y pp– disponen cada uno del 20 por 100 del apoyo electoral, lo cual daría a la mayoría liberal-conservadora el 60 por 100 del mismo frente a un voto antiausteridad del 25 por 100, representado por la suma de Podemos e Izquierda Unida.

Sin ninguna duda, el adversario desarrolla estrategias y por ello las condiciones de la confrontación se modifican. Es verdad que ahora el espacio mediático es mucho menos confortable para nosotros. Fabricar Ciudadanos supone una jugada inteligente, no tanto por el hecho de que atraiga directamente votos de Podemos, sino porque, discursivamente, desafía nuestra posición como opción de regeneración y nuestro espacio en los medios de comunicación. Ahora existe otro partido de «cambio», que presenta características muy diferentes; Ciudadanos surge fundamentalmente del establishment liberal. Por lo tanto, sí, nosotros estamos en proceso de reformulación de las hipótesis de Podemos. Permítaseme explicar nuestro razonamiento. Nuestro objetivo fundamental fue siempre ocupar la centralidad del campo político, aprovechando la incipiente crisis orgánica. Esto no tiene nada que ver con el «centro» político del discurso burgués. Nuestro desafío en esta guerra de posiciones, contemplado en términos gramscianos, pretende la creación de un nuevo sentido común que nos permita ocupar una posición transversal en el corazón del recientemente reformulado espectro político. En estos momentos, el espacio político en juego se ha reducido como resultado de los contramovimientos del establishment, incluyendo la promoción de Ciudadanos. Nuestra tarea afronta, por consiguiente, dificultades renovadas y requiere una nueva inteligencia estratégica. A la vez, las intervenciones del adversario generan contradicciones adicionales en nuestro campo. Nos enfrentamos, por todo ello, a tres dificultades inmediatas. En primer lugar, la transformación operada nos resitúa en el eje que nosotros habíamos considerado desde el comienzo como perdedor: el tradicional eje izquierda-derecha. Pensamos que sobre esta base no hay posibilidad de cambio en España y que el riesgo al que nos enfrentamos ahora es precisamente ser resituados en el mismo, lo cual nos distancia de nuestra apuesta por definir una nueva centralidad, que, insisto, no tiene nada que ver con el centro del espectro político o ideológico. El segundo riesgo, o desafío, es que, en el marco de este nuevo paisaje, el discurso plebeyo de Podemos, articulado en términos de «los de abajo» contra «los de arriba», contra los oligarcas, pueda ser reinterpretado como un discurso tradicional de extrema izquierda; como resultado de ello, Podemos corre el riesgo de perder su atracción transversal y la posibilidad de ocupar la nueva centralidad. El tercer desafío, que es a la vez una herramienta potencial, radica en la normalización. Ya no aparecemos como outsiders y el elemento de novedad se va diluyendo. Al mismo tiempo, sin embargo, Podemos es ahora más fuerte, cuenta con más experiencia y disfruta de una capacidad mayor de representación. Nos enfrentamos, pues, al enorme desafío inmediato de resintonizar, o refinar, nuestro discurso para bloquear los contramovimientos y reabrir el espacio, que ahora pretende ser clausurado. Estos son los desafíos para los próximos meses. No cabe ninguna duda de que serán duros para nosotros. Un ejemplo concreto de ello puede encontrarse en el complejo escenario que hemos tenido hoy [15 de abril] con la visita del rey de España al Parlamento Europeo, lo cual nos sitúa ante una cuestión difícil: la monarquía. ¿Por qué difícil? Porque nos saca inmediatamente de la centralidad del campo. Básicamente existen dos opciones. La primera, tradicionalmente sostenida por la izquierda (Izquierda Unida, por ejemplo), afirma: «Nosotros somos republicanos. No aceptamos la monarquía y, por lo tanto, no asistiremos a la recepción ofrecida al rey de España; nosotros no reconocemos este espacio de legitimidad para el jefe del Estado». Esto –aun siendo una postura ética y moralmente virtuosa, que nosotros reconocemos y apreciamos– pone inmediatamente a quien la enuncia en el espacio de la izquierda radical, en un marco muy tradicional, e inmediatamente aleja a amplias capas de la población que, sin importar lo que piensen de otras temáticas y pese a identificar al anterior rey con la corrupción del viejo régimen, sienten simpatía hacia el nuevo monarca. La monarquía encarna una de las instituciones mejor valoradas en España, por lo que automáticamente aleja a sectores sociales que son fundamentales para el cambio político. Así, pues, tenemos dos opciones. La primera es la de no ir a la recepción y quedarnos atrapados en el marco tradicional de la extrema izquierda, desde el que las posibilidades para la acción política son escasas. La segunda consiste en ir, y entonces Podemos aparece como si respetase el marco tradicional junto a los partidos de la casta, corriendo el riesgo de ser tratados como traidores, monárquicos o cualquier otra cosa.

 

Entonces, ¿qué es los que hicimos en ese poco amable y contradictorio escenario? Asistimos con nuestra habitual estética –ropa informal y demás–, pese a su protocolo; es cosa pequeña, pero simbólicamente representativa del tipo de cosas que hace Podemos. Y yo le di al rey como regalo los dvd de Juego de Tronos, proponiéndoselos como una herramienta interpretativa para comprender lo que sucede ahora mismo en España. Pretendíamos no quedar atrapados dentro de esa contradicción, dentro de las posiciones ya establecidas, mediante un mensaje irónico, que al mismo tiempo es un gesto plebeyo –y que funcionó muy bien mediáticamente, por cierto–, que nos permite modificar el eje de la discusión: no monarquía versus república, discurso que automáticamente se asocia a la memoria de la Guerra Civil española y que, desafortunadamente, deviene marco perdedor en la batalla por la interpretación social. En su lugar, tratamos de decir que se trata de un problema de democracia: los ciudadanos deberían, y deben, tener el derecho de elegir a su jefe de Estado. Por otro lado, no queremos parecer un partido institucional más, que apoya a la monarquía. Y así, el gesto plebeyo e irónico es el que permite a Podemos jugar con la transversalidad, pese a los riesgos que ello conlleva. Naturalmente, es una posición difícil de sostener, pero es la única que al menos permite mantener abierta la disputa política, que puede posibilitar que Podemos juegue en el seno de esas contradicciones y no quede marginalizado en un posición que es pura, pero al mismo tiempo impotente, a la hora de desafiar y cuestionar el statu quo.

Bueno, simplemente se podrían tener mejores cosas que hacer que asistir a una recepción del rey de España. Pero ¿cómo se explicaba exactamente el mensaje de que la gente debería poder elegir a su jefe de Estado a través del regalo de Juego de Tronos? Una forma concreta para trasladar ese mensaje es decir que lo que está en liza en Juego de Tronos es una crisis de régimen, en cuyo desenvolvimiento la imagen del rey no es una figura consolidada institucionalmente, sino una figura frágil que se halla constantemente en cuestión y que, por lo tanto, podría cambiar en cualquier momento. Le dije al rey: «Esto puede resultarte útil para comprender lo que sucede en España». Representa un mensaje muy agresivo. «En el juego de la política, tú puedes dejar de ser el jefe del Estado en el futuro, ya que es así como funciona la política». Es una forma irónica e indirecta de afirmar que, para nosotros, en una democracia, todas las opciones son posibles. Se trata de evitar el marco perdedor y de reconvertirlo de modo que la gente perciba lo que hicimos del siguiente modo: «Pablo Iglesias se ha atrevido a hablar con el monarca utilizando un tono inimaginable en un líder político tradicional». De esta forma, lo que está implícito en este gesto irónico, lo que está implícito en este caso, pero que se ha indicado de una forma abiertamente explícita en muchos otros –sobre todo cuando se produjo la abdicación del rey Juan Carlos–, es que en democracia todas las opciones están abiertas, que nada debería darse por descontado; y, efectivamente, ese gesto –la posibilidad de decirle al monarca que es un monarca no elegido, que todas las opciones están sobre la mesa, y que un ciudadano puede efectivamente expresar esa voluntad–, realizado en el marco de un espacio altamente institucionalizado y por ende castrado para la acción política, es, en sí mismo, un gesto subversivo.

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