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La guerra es siempre un drama sangriento que produce destrucción física y espiritual. Es un hecho social tan presente en la historia humana que hace utópica toda proyección de un futuro sin guerras y poco verosímil aquel ideal kantiano de la paz perpetua. Lo que no es óbice para perseguir la meta de construir sociedades justas y pacíficas. ¿Cómo es posible conciliar la admiración por los héroes y por las conquistas de las revoluciones y condenar al mismo tiempo la violencia y las guerras? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Son inevitables? Su estudio abarca diversas disciplinas, desde la historia, la sociología, el derecho, la política, hasta la ética, la economía, la psicología y la estrategia militar. La guerra muta y se transforma en su apariencia, pero mantiene su esencia a través del tiempo. Tecnificada ahora, es tan brutal como siempre. En una coyuntura política en la que crecen los riesgos, la guerra continúa amenazando con incendiar el mundo, con segar miles de vidas, civiles inocentes, en su mayoría. Lo peor no es solo que haya guerras en el mundo, sino constatar que no tenemos instrumentos adecuados para, idealmente, prevenirlas o, al menos, gestionarlas eficazmente.