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Abdourahman Waberi recuerda el desierto movedizo de Yibuti, el Mar Rojo, la playa de La Siesta, las casas de chapa de aluminio de su barrio, su inmensa soledad y las figuras que dejaron en él una huella indeleble: Papá el Tallo, que vendía baratijas a los turistas, su madre Zahra, temblorosa, dura, silenciosa, su abuela apodada Cochise en homenaje al jefe indio porque mandaba en la familia, la criada Ladane, de la que estaba secretamente enamorado. Cuenta la tragedia, el momento que lo puso todo patas arriba, y la lucha que siguió, convirtiéndole en un hombre que conoce el precio de la poesía, del silencio y de la libertad, un hombre que todavía baila.