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Negociar el fin de un conflicto armado, para sellar al final un acuerdo de paz, y con garantías de cumplimiento, es una tarea tremendamente compleja y llena de dificultades, solo comparables con la grandeza de su logro. No hay nada más gratificante y deseado, que poner fin a años o décadas del sufrimiento y la muerte que producen las guerras, un fenómeno social que, por su propia naturaleza, deshumaniza a quienes la hacen, así sea por ideales nobles, y que provoca una enorme desolación y heridas muy profundas. Cuando no somos capaces de evitarlas, existe al menos la posibilidad de ponerles punto final mediante el diálogo y la negociación. Por fortuna, y aunque a veces no lo parezca, desde hace seis décadas, a escala mundial, cada vez son más los conflictos armados que terminan en una mesa de negociación. Colombia ha tenido que esperar mucho, demasiado, para este momento, pero el final se logró, y exitosamente, al menos en lo relativo al enfrentamiento con las FARC, y espero que un día pueda decirse lo mismo con el ELN.
La historia de una negociación, que es el propósito de este pequeño libro, es la historia de lo que han hecho y dejado de hacer personas de carne y hueso, unos a un lado de la mesa, y otros al otro lado, pero juntos en el mismo propósito de alcanzar el fin del enfrentamiento armado entre miembros de un mismo país. Más allá de todos los acontecimientos aquí narrados, que son muchos, con sus metodologías, aciertos y desaciertos, me interesa subrayar la naturaleza humana de sus intervinientes, y con ello, sus anhelos, esperanzas, sueños, temores, desconfianzas, empatías o distancias, tentaciones de levantarse definitivamente de la Mesa de negociación, la gestión de lo imprevisible, la capacidad de contención, la generosidad e incluso la magnanimidad, o el regateo y el engaño, la sensibilidad o la insensibilidad, y mil aspectos más, propios de nuestra naturaleza como seres humanos. Somos, inevitablemente, unos y otros, parte de todo ese magma, con virtudes y defectos, y la negociación es un auténtico arte para gestionar lo mejor que tenemos todos, para el logro de un final que podamos compartir de manera satisfactoria, sin que nadie gane todo ni nadie tampoco lo pierda todo. Todas las personas salen ganando. Ese es el éxito, y sólo es verdadero éxito cuando el logro no es personal, sino colectivo, esto es, que quien sale ganando es el conjunto de la sociedad, en este caso la colombiana. Y a pesar de sus detractores, creo honestamente que la negociación lograda con las FARC beneficiará notablemente a la sociedad colombiana. Si no lo creyera, no hubiera redactado este libro.
El conflicto armado en Colombia tiene raíces muy profundas, que van más allá del surgimiento de las actuales guerrillas en los años sesenta. A la violencia que caracterizó las relaciones entre liberales y conservadores desde el siglo XIX hasta la época del Frente Nacional (1958-1978), hay que añadir la represión contra cualquier opción política alternativa, y la marginación de los sectores más débiles de la sociedad, en particular la campesina. Así, la política al servicio de los intereses de la élite dominante, la exclusión social y la falta de opciones democráticas de oposición, explican el surgimiento de los distintos grupos guerrilleros de los años sesenta y setenta, entre ellos, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), ambos nacidos en 1964. La violencia se agravó con la aparición, a principios de los años ochenta, de los grupos paramilitares, especialmente las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), para llevar a cabo la lucha contrainsurgente, y que se desmovilizaron entre 2003 y 2006, de forma muy defectuosa e incompleta. A ese contexto de violencia hay que añadir el fenómeno de la producción y exportación de droga y el surgimiento de nuevas estructuras paramilitares vinculadas al narcotráfico, lo que ha hecho más complejo el conflicto, en el que la población civil ha sido la principal víctima.