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Cuando leemos Los últimos días de la Humanidad, que es un Apocalipsis cómico y patético del horror de la Primera Guerra Mundial, reír es... una forma de llorar y, así mismo y sobre todo, de tomar conciencia de la gravedad de estos problemas; y más cuando se hace una lectura actual de la obra, desde el conocimiento histórico de que la humillación que sufrieron los alemanes en el Tratado de Versalles fue una causa muy importante de que naciera el huevo de aquella serpiente del nazismo que definitivamente estalló en 1939 con el comienzo de unos nuevos ?últimos días de la Humanidad? (Segunda Guerra Mundial), que acabaría en el doble espanto de Hiroshima y Nagasaki, ya profetizado de algún modo en la obra de Karl Kraus.
Kraus nos introduce su obra con palabras como éstas: ?Los actos más inverosímiles aquí presentados ocurrieron realmente ... Los diálogos más increíbles que aquí se mantienen fueron dichos palabra por palabra ... Dejes y acentos recorren rechinando el tiempo y se van inflando hasta convertirse en el coro de este sacrificio cruento ... La gente que vivió entre la humanidad y la ha sobrevivido termina reducida a sombras y marionetas, larvas y lémures, máscaras de este carnaval trágico...?. ¿De qué se trataba en aquella guerra y en todas las habidas desde entonces? El drama, dice Kraus, ?ha sido ideado para su puesta en escena en un teatro del planeta Marte: el público de este mundo no sería capaz de soportarlo?. Porque era ?sangre de su sangre?, y el contenido era ?el de todos estos años irreales, impensables, inasibles para una mente despierta, años en que unos personajes de opereta interpretaron la tragedia de la humanidad?.