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Desde el siglo XVII, la modernidad política organizó el orden territorial, con el principio de soberanía y un sistema de regulación y control internacional de conflictos. Este modelo, debido a la violencia de la globalización y la privatización del mundo, ha entrado en crisis. El espacio público disminuye, arrinconado por el interés privado; la ciudadanía pierde conquistas sociales frente a la potencia de los mercados financieros y el derecho internacional cede ante la lógica de la guerra global, sin límites ni fronteras. En este escenario, los pueblos se han convertido en jaurías y las clases sociales en masas. Los partidos políticos han capitulado, presionados por el despotismo de los sondeos y los expertos. Cuando la política desaparece, ídolos y dioses aumentan su cotización y lo sagrado reaparece con fuerza.