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Dicen que si estamos perdidos en un desierto e intentamos avanzar en línea recta, vamos a tender a caminar en círculos en el sentido opuesto al de las agujas del reloj porque nuestra pierna derecha está más desarrollada. Algo similar podría pasar con la escucha en la vida cotidiana. En el desierto, podríamos ampliar nuestra percepción y buscar algunas señales: una marca en la tierra, una piedra, algún arbusto particular. Si no hay nada, podemos intentar percibir de dónde viene el viento, qué pasa con el sol, escuchar si algo suena a lo lejos, dejar algunas marcas sobre el camino recorrido, como pasa en tantos cuentos populares. Entrar en contexto. Para evitar girar sobre nosotros, en el desierto de la escucha, también podemos seguir algunas huellas; esas marcas podrían ser nuevas obras, sujetos que generan una constelación o un territorio imaginario. Pistas que no sirven para marcar un único sentido sino para desarmarlo. Aparece un mapa, una cartografía: una carta de navegación sonora. Los sujetos, o las obras, no son parecidos o diferentes entre sí, sino que el entorno y la escucha de los visitantes crean las similitudes y las diferencias. Fuerzas y procesos que se contrastan y complementan. ¿Qué es la música hoy? No lo sabemos, pero nada mejor que volver a estar perdidos.