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El avance arrollador de la ciencia y la técnica, y la velocidad con la que moldean el mundo, se presentan como argumentos indiscutibles del desarrollo de la humanidad. Así, aquello que conocemos como "progreso" parecería ser uno de los mayores logros de las sociedades occidentales. Tras siglos de perfeccionamiento se roza el estado del bienestar ideal: la tecnología al servicio de las necesidades humanas. Pero ¿a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de "necesidades"? ¿A tener la vida entera en un teléfono? ¿A comprar a cualquier hora a través de internet? ¿A utilizar el espacio público como si fuera privado? La voluntad de consumir experiencias que sean rentables hace que entendamos la vida en términos de productividad, de rendimiento. Nos hemos transformado en pequeñas empresas que buscan obtener el máximo beneficio en el menor tiempo posible, de la manera más barata y, si puede ser, sin salir de casa. La tecnología se está convirtiendo en la única puerta de acceso al ocio y en la anestesia perfecta contra el dolor, la soledad o el aburrimiento. ¿Eso es progreso o, simplemente, alienación?