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«Combatidos y hasta estigmatizados por sus propios compañeros de ideas, los anarquistas que a sí mismos se llamaban expropiadores o ?para emplear otros términos? el anarquismo delictivo tuvo en Argentina un gran auge en las décadas del veinte y del treinta. [...] Se admite, sí, sin reserva alguna ?y es hasta lectura ineludible para los niños?, la historia de un Robin Hood, por ejemplo, que quitaba (quitar, robar, expropiar: términos que a veces se diferencian sólo en la mayor o menor fineza con que se pronuncian) a los poderosos para entregar a los desvalidos. Pero, a siglos de su actuación, Robin Hood es hoy un personaje simpático, tal vez porque su existencia tenga ribetes de leyenda, o porque sea sólo el producto de la imaginación. Los anarquistas expropiadores no son producto de la imaginación. ¡Existieron, y cómo! No todos ellos fueron Robin Hood, aunque más de uno fue un Pimpinela Escarlata. Eran tremendamente crueles en la defensa de sus vidas porque sabían que el menor descuido, la menor conmiseración significaba el fusilamiento en la calle o en el paredón. [...] Vivían con los segundos contados, sin treguas. Curiosos personajes que atacaban a la sociedad ("burguesa") a bombas y a tiros, pero que en sus periódicos censuraban agriamente la dictadura de los bolcheviques defendiendo un vellocino de oro transparente e inmanente: la Libertad. "No se los puede reivindicar", nos decía uno de los últimos grandes intelectuales anarquistas, Diego Abad de Santillán. Sí, agregamos, pero no se los puede ignorar. El movimiento anarquista expropiador fue muy importante en nuestro país, tal vez más importante que en la España misma, aunque tuvo una efímera duración de 15 años. Estuvo integrado por universitarios, obreros y algún que otro delincuente nato, pero que conformaron una galería de tipos humanos definidos. Aquí los veremos desfilar...»