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El final de la dictadura franquista no fue tanto el fruto de la oposición organizada interna como de las necesidades de modernización del capital, para el cual las estructuras políticas existentes no respondían ya al grado de desarrollo de las fuerzas económicas del momento. Las estructuras políticas del franquismo se habían quedado anquilosadas y su sindicato, la Confederación Nacional de Sindicatos (CNS), no servía ya a los intereses de intermediación entre capital y mano de obra asalariada. Es por eso que las fuerzas del capital fueron las primeras interesadas en la integración de un movimiento obrero autónomo que había ¡do creciendo al margen de los sindicatos y partidos tradicionales (principalmente el PCE), para asegurarse un interlocutor fiable a la hora de fijar la cuota de explotación de los trabajadores y trabajadoras en el Estado español. «CCOO fueron, antes que el sindicato que conocemos en la actualidad, unas formas de autoorganización que se reclamaban de un nombre que surgió espontáneamente: Comisiones Obreras. Sólo posteriormente, y debido al prestigio del nombre, el Partido Comunista se apropiaría de dicho nombre para denominar con él a su sindicato- correa de transmisión. El movimiento obrero autónomo, con su organización asamblearía y con sus objetivos anticapitalistas, fue derrotado. Derrotado por el capital por supuesto; pero también por el reformismo obrero. Como se afirmaba entonces: el reformismo obrero y el reformismo del capital se unieron contra la autonomía obrera. De esto habla el libro. Y éste es su mayor mérito: encarar la explicación de lo sucedido estos últimos cincuenta años a partir de la evolución de la relación capital/trabajo.»