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La aceleración de la innovación tecnológica nos hace cada vez más dependientes de las máquinas que, al reestructurar el mundo según su propia lógica, la del rendimiento y la eficiencia, crean uno nuevo donde reina la competencia, la exigencia de ir cada vez más rápido, de movilizarse plenamente en pos de su empresa o en las redes digitales para existir socialmente, la necesidad de mantenerse relevante, reactivo, capaz de avanzar y adaptarse a todos los desarrollos tecno-culturales bajo pena de verse uno superado. La cuestión no es saber a qué tipo de sociedad volver, ni idealizar un pasado preindustrial o una llamada edad de oro prehistórica. Tampoco deberíamos, como propone una parte de la izquierda, abogar por un retorno al Estado social. Debemos crear las condiciones intelectuales y materiales para una verdadera bifurcación filosófica y política, antes que correr cada vez más hacia la destrucción generalizada de la solidaridad humana, del vínculo social y de los ecosistemas.