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Abadía, el Tato, portaba el estandarte del fútbol premetrosexual. Perteneció a la legendaria estirpe de futbolistas con bigote. Y bigote poblado, nada menos. El hecho de que Agustín, además, fuera calvo, no hacía sino elevarle entre todos ellos a un nivel místico (y reluciente), como si estuviera envuelto en una frágil mas resistente armadura dorada. Su traje de faena, no obstante, era una elástica blanquirroja por fuera del pantalón negro, y unas medias a la altura de los tobillos. Y ni espada de caballero celestial ni gaitas: cualquiera que recuerde sus arremetidas por la banda sabrá que lo hacía con más pundonor que gracia, con más corazón que toque. Esas cualidades, si no te llamas Gennaro Gattuso y el Milan se interesa por ti, no se reconocen más que en los equipos de provincias.
El periodista Javier Triana recuerda la época dorada del malogrado equipo en un relato épico y divertido.